El principio de la sencillez | Por: Carolys Helena Pérez

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El principio de parsimonia, popularmente conocido como la navaja de Ockham, es un concepto filosófico y metodológico que ha trascendido los siglos, manteniendo su relevancia en la ciencia, la filosofía y la vida cotidiana. Atribuido al fraile franciscano Guillermo de Ockham, este principio establece que, ante dos explicaciones igualmente válidas para un mismo fenómeno, la más simple suele ser la correcta.

En esencia, la navaja de Ockham nos invita a evitar la multiplicación innecesaria de entidades o hipótesis. Nos recuerda que la complejidad no siempre es sinónimo de verdad, y que las explicaciones más sencillas suelen ser las más asertivas, coherentes y probables.

Este principio no dictamina que la explicación más sencilla sea siempre la correcta, sino que debemos priorizarla hasta que nuevas pruebas nos indiquen lo contrario (se evita así la especulación innecesaria y contribuye a que nos centremos en lo esencial). La simplicidad de la propuesta de Ockham es —casi— radical en un mundo complejo de datos, hipótesis, análisis y de mucho ruido.

En el ámbito científico, la navaja de Ockham se ha convertido en una herramienta invaluable. Los científicos la utilizan para seleccionar la hipótesis más plausible entre varias alternativas, guiándose por la simplicidad y la economía de supuestos.

Por ejemplo, en la teoría de la evolución, la explicación de que las especies cambian a lo largo del tiempo debido a la selección natural es más parsimoniosa que las teorías que involucran intervenciones divinas o fuerzas sobrenaturales. La teoría de la evolución se basa en mecanismos naturales observables, mientras que las otras teorías introducen elementos innecesarios y no comprobables.

Así el principio se aplica a muchas disciplinas (de la medicina a la biología, pasando por la estadística o la economía), pero me resulta interesante imaginarlo en la vida política y en la comunicación. En el ámbito del pensamiento crítico, la navaja de Ockham nos ayuda a discernir entre explicaciones plausibles y aquellas que son excesivamente elaboradas o que introducen elementos innecesarios. Nos recuerda que la verdad suele ser más sencilla de lo que aparenta, y que la complejidad excesiva a menudo oculta falacias o errores de razonamiento. En la toma de decisiones, por ejemplo, este principio nos anima a buscar las soluciones más simples y directas, evitando complicaciones innecesarias.

Es importante señalar que bien la navaja de Ockham no es una regla absoluta. La simplicidad no siempre garantiza la verdad, y en ocasiones, la realidad puede ser compleja y requerir explicaciones elaboradas. Sin embargo, en igualdad de condiciones, la navaja de Ockham nos proporciona una guía valiosa para seleccionar la explicación más probable.

Las suposiciones interpretativas contaminan los análisis para mostrar la realidad como una decantación de hipótesis causales a cuál más extravagante o inverosímil. Este enfoque alimenta la desconfianza en lo cierto, que se muestra como un engaño no descubierto todavía. Los tiempos complejos que nos refiere la política necesitan más luz y claridad, no más tinieblas, sombras o brumas. Partiendo de ella como una afilada navaja de la coherencia, que corta con precisión, deberá ser la respuesta que nos atañe en el combate.

¡Seguimos venciendo, palabra de mujer

 

 

Carolys Helena Pérez

@carolyshelena


 

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