No otras culturas, no otras sociedades cuyo pensamiento rector no está basado en la depredación, pero desde luego sí los pueblos arios, sajones, anglosajones y latinos, el grueso de lo que constituye la sociedad occidental, unas naciones más y otras menos, nunca han dado su brazo a torcer desde que el comercio dejó atrás el trueque.
No han rectificado nunca su sistema de organización política, económica y social con racionalidad; sólo lo justo para adaptarse a las circunstancias que les son hostiles. Sólo los países nórdicos van por delante con pautas de socialización. En todo caso, esta pandemia, mejor dicho la OMS, ha declarado el fracaso del neoliberalismo privatizador y el acierto de la estatalización.
Al mercantilismo sucedió el capitalismo, al capitalismo el liberalismo y a éste, hace unas cuatro décadas, el neoliberalismo. Y el neoliberalismo, desde la Thatcher, Friedman, los ensayistas estadounidenses hermanos Kaplan y otros, ha terminado rompiendo el saco de la avaricia. Hasta ayer, no una repentina o progresiva lucidez, sino sólo las consecuencias fatales del abuso para la economía y el beneficio han sido capaces de doblegar la sinrazón de los obtusos.
Sólo las mordeduras profundas en el sistema por guerras, catástrofes y calamidades como la que viene sufriendo desde la irrupción de un virus probablemente manipulado en el laboratorio con sospechosos propósitos, dan giros bruscos al sistema. Es lo que parece va ahora a suceder al término de los confinamientos El iusnaturalismo y la ley de la selva del mercado por los que se ha venido rigiendo siempre el sistema, parecen haber llegado a su fin.
Y digo esto, porque todo parece indicar que la privatización salvaje de los medios de producción no sólo se ha agotado, es que ha llevado al propio sistema y al mundo hasta las puertas del abismo. La sacudida que ocasionan los efectos de este virus; más en la inteligencia y en la racionalidad que a la conciencia moral y ética, más a la consciencia de ser ya insoportable el pragmatismo anglosajón para la Humanidad que a la justicia social, parece decisiva.
La iniciativa privada es encomiable, pero no para aplicarse a los bienes básicos para la supervivencia y para una vida digna e indudablemente posible. La iniciativa privada sin restricciones, tal como la han interpretado el capitalismo y luego el neoliberalismo, es el peor virus. El egoísmo y el personalismo extremos siempre han cerrado la puerta a los derechos más elementales del ser humano en un sistema que a menudo se pavonea de superior y de racional…
En todo caso esta pandemia parece buscada de propósito. No me extraña, la osadía de los poderes en la sombra no tiene límites. La intención sería usarla, por un lado como tapadera para camuflar el fracaso de la economía improductiva financiera; es decir, la especulación que ha arrastrado a occidente a la quiebra técnica del sistema, y por otro lado, como palanca que obligue a rectificar bruscamente al neoliberalismo.
El virus “soltado” sería el resorte para el cambio profundo a la estatalización inevitable como método de saneamiento que, de otro modo, no se hubiese nadie atrevido por las buenas. No estaría mal pensada la cosa. Así daría sentido a la idea de los antiguos griegos de que los dioses ayudan a quienes aceptan y arrastran a quienes se resisten. Y con mayor motivo, asomando en el horizonte los estragos del cambio climático; ese cambio que llaman “ciclo” los neoliberales para seguir lanzando CO2 a la biósfera, creyendo que sustituyendo cambio climático por “ciclo” resuelven el asunto…
JAIME RICHART
Antropólogo y jurista
Publicado en Rebelion.org