El negocio del ridículo | Por: Alfredo Carquez Saavedra
Si alguien en la historia universal contemporánea ha hecho del ridículo una manera de hacerse del dinero ajeno, ese es Juan Guaidó. Eso de hacernos sentir a los venezolanos en colectivo lo que se define como “pena ajena”, lo convierte el tipo en el dulce sonido de una caja registradora.
El autonombrado es como un rey Midas de lo cursi, la estupidez encarnada en discursos incomprensibles, incoherentes, tan profundos como un charco en la acera. Tan es así que aunque no se le conoce trabajo legal alguno, es público y notorio que no padece (al contrario de la gran mayoría de quienes vivimos aquí) las consecuencias propias del bloqueo económico, financiero y diplomático, aun defendido por él y su jefe Leopoldo López.
Este personaje de discurso incomprensible es un peso muerto en el ala de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea. Pues así el otrora ungido por Donald Trump nos causa horror, rechazo, alergia y escalofríos a muchos en estos lares, ahora resulta que esos mismos síntomas negativos han comenzado a generalizarse por allá en Washington. Al menos eso me advierten mis fuentes del Pentágono.
Porque eso de sacarse fotos con políticos perdedores (aquí se obvia su oscura capacidad para hacer dinero) no es propio de una campaña electoral estadounidense, salvo que de algo valga el retrato en reductos tan reaccionarios como muchos grupos y grupetes que hacen vida en Miami.
Y es precisamente en esa ciudad estadounidense, coto de los militantes más oscurantistas del partido bifacético Republicano-Demócrata, al día siguiente de su llegada Guaidó repotenció y la elevó al cuadrado su imagen de víctima al cuadrado, mediante una operación discursiva en la que se calificó de perseguido político binacional.
Es decir, según él ya no lo acosa solamente Miraflores sino que también es víctima del Palacio de Nariño. “Soy un doble perseguido político”, dijo durante su primera rueda de prensa mayamera en la que ofreció respuestas que le darían envidia a un guionista de películas de Mario Moreno Cantinflas.
Alfredo Carquez Saavedra
El negocio del ridículo | Por: Alfredo Carquez Saavedra
PSUV.