por: Alberto Aranguibel
Con la llegada a Miami del primer contingente de contrarrevolucionarios cubanos luego del triunfo de la revolución, se inicia uno de los más inmorales y lucrativos negocios que se hayan dado en la historia política de la humanidad: el anticastrismo.
A diferencia del anticomunismo (el más infame y perverso esquema de contrapropaganda jamás concebido en la lucha política para intentar destruir al contrario) e incluso del antiimperialismo, el anticastrismo no tiene la finalidad de acabar con su enemigo sino sacarle siempre el mayor provecho.
La extinción del comunismo es un triunfo para el capitalismo porque se le abren nuevos mercados. Pero si la revolución cubana fracasa, el anticastrismo pierde sentido y también se extingue. Con lo cual se acabarían las milmillonarias subvenciones que el Departamento de Estado norteamericano le otorga desde hace más de medio siglo a los movimientos contrarrevolucionarios a través de una infinidad de fundaciones y organismos de toda índole que se benefician con el decisivo poder electoral de los exiliados cubanos.
Por eso cada vez que ha habido tan siquiera un tenue intento de levantar el bloqueo contra Cuba, los primeros que pegan el grito en el cielo exigiendo todo lo contrario, es decir, mayor cerco y presión económica contra la isla, son los anticastristas.
Para ellos no ha importado nunca el persistente fracaso de la lucha contrarrevolucionaria, sino que el negocio de sacarle plata continúe.
Cortada por el mismo sastre, es decir, regida por el imperio norteamericano, la oposición venezolana hace exactamente lo mismo en su lucha antichavista. Conscientes como están de las inmensas dificultades que acarrea la función de gobierno, los líderes de la oposición entienden que para ellos lo mejor no es derrotar al chavismo sino sacarle el mayor provecho sin necesidad de fatigarse gobernando.
Sin el agobio de trabajar han recorrido el mundo en primera clase y han sido recibidos por mandatarios y monarcas en los más deslumbrantes palacios. Le han puesto las manos a empresas petroleras por las cuales no tienen que rendirle cuentas a nadie, ni siquiera al fisco. En fin… viven a cuerpo de rey.
De ahí que cada vez que se sientan en una mesa de diálogo lo que juegan es al fracaso de las conversaciones.
@SoyAranguibel