por: Roberto Hernández Montoya
Me consta. Debo esa confirmación al Magno Apagón, que me cogió sin velas ni celular ni tableta ni nada. No podía nada, no se veía nada, estaba solo y no podía conversar, ni leer, ni oír música, ni radio, el vacío absoluto. Para colmo, sería el estrés, esa noche unánime me salió insomnio. La nada me dio un sopapo.
El limbo es concepto incómodo que nadie entiende. Yo al menos. La Iglesia tampoco y por eso lleva siglos tratando de sacudírselo. Es un sumidero ontológico para personas sobrantes, básicamente las no bautizadas que no han cometido pecados individuales —el original es colectivo. Procuro no embotellarme en disquisiciones teológicas para las que no soy competente a fuerza de no tener interés en ellas más allá de una curiosidad esporádica y aburrida. Pero en aquella oscuridad la idea de limbo se me hizo luminosa, clara y distinta, cartesiana.
A los niños, decía Karl Jaspers, se les vienen ideas filosóficas punteras como la nada y el infinito. Casi nunca soy excepción de nada y de eso tampoco. Me preguntaba cuál era el borde del mundo y a mis cuatro años me figuraba el cielo como una loza azul donde terminaba el mundo, pero inmediatamente me decía que tenía que haber un borde externo de aquella cerámica, entonces, razoné, el mundo no termina allí, pero en ese límite —limbo significa ‘límite’— terminaba mi especulación, perplejo de vértigo.
Otro espectáculo filosófico que me abisma desde entonces, y cuando no tengo más qué hacer, es la nada ¿Cómo sería si nunca hubiera habido nada? Eso no se puede pensar, yo al menos. No puedo pensar que nunca hubiera habido siquiera algo porque paradójicamente la nada como concepto es «algo», ergo no puede haber nada. Es ineficaz filosóficamente, voto a Sartre.
Ajá, pero ¿y la muerte? No es posible pensarla sino desde la vida porque más allá es como dijo el poeta Claude Aveline: «Un misterio que nos pertenecerá a todos».
Pero esa noche conocí el limbo y no lo recomiendo. Puesto a elegir prefiero el infierno, que al menos es algo… Aunque me aseguran que el paraíso no está mal…
Es el limbo en que nos quiere extinguir la derecha universal, que la cogió con Venezuela, demasiado llena de ser para que la nada la tolere. Como decía Chávez: Son la nada. Otra constatación del limbo.
Roberto Hernández Montoya
@rhm1947