El lenguaje de la peste | Por: William Castillo

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“La plaga no está hecha a la medida del hombre, y por ello el hombre se dice a sí mismo que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan”.
 Albert Camus

La pandemia ha invadido el cuerpo de nuestra sociedad, pero no sólo el cuerpo físico. Ha invadido, sobre todo, el cuerpo del lenguaje.

De unos meses para acá -aún en las conversaciones más íntimas- no hacemos otra cosa que hablar de un raro virus, de su aún inexpugnable origen, de la agresiva forma en que pasa de unos humanos a otros, oculto en un gesto tan noble como un beso, o el simple roce de la piel. Nos asombra que, puesto sobre algunas superficies por un estornudo, este asesino ribonucleico (que sólo puede reproducirse si se contagia) pueda permanecer activo horas, esperando que llegue el próximo y desprevenido huésped.

Leemos con avidez todo lo que nos permita desentrañar el misterio. Escuchamos cada día a expertos que nos hablan de los diversos coronavirus, del SARS-CoV-2, del covid-19; de la tasa de contagio, de curvas exponenciales o aplanadas y de cómo cortar la cadena de transmisión. De distancia física o de cordones sanitarios.

Confinamiento, aislamiento, encierro. El virus nos ha devuelto una palabra algo odiosa que parecía abandonada: cuarentena. En Venezuela, fiel a nuestro inveterado barroco, incluso le agregamos “radical”. Términos, nociones, conceptos, o ideas que hasta hace poco ignorábamos por completo, se han vuelto visitantes diarios del habla común.

Junto al miedo, ciertos términos se propagan tan o más rápido que el virus. Estado de alarma, crisis sanitaria, riesgo de contagio, brote pandémico, desinfección, casos activos, recuperados, fallecidos… fosas comunes.

Para algunos se trata de una forma particular de infodemia. Otros ven en esta invasión de neologismos epidemiológicos una inevitable vulgarización del conocimiento científico, producto de necesidades prácticas, y en ese caso trágicas, de la vida.  Simon Dik diría que es un fenómeno “pragmático” del habla. Vicente Romano, que se trata de una operación mediática de intoxicación lingüística. O tal vez, de contagio discursivo.

De la noche a la mañana nos abruma una nueva generación de términos asociados a cambios en la rutina, o a nuevos modos de vida. Ponerse mascarillas o tapabocas es la imagen dominante de 2020. Respirador se ha convertido en una palabra tan común como oxígeno. Vemos a millones usar guantes, nos acostumbramos al gel hidroalcohólico, a ser apuntados por termómetros infrarrojos.

Es normal que todos quieran un kit de protección, a muchos les han sido hechas las pruebas rápidas, y a algunos más los test PCR. Es común que nos refiramos a médicos enfermeras como el personal sanitario, que por cierto, andan por calles y hospitales vestidos cual astronautas, en trajes de bioseguridad.

Junto al lenguaje técnico, un nuevo imaginario social y cultural, una estética producida por un nuevo horizonte semántico.

Teleducación, teletrabajo, relaciones sociales a distancia. Una sola aplicación (qué raro, de Bill Gates) se convierte en el símbolo de la comunicación en tiempos de pandemia.

Algunos, en el extremo del humor juegan a imaginar cómo es hacer el amor con tapabocas y con distancia social, y le agregan chispa a la imaginación sanitaria. Otros más poéticos escriben en las redes sociales: “Sí, tal vez me amaste como dices, pero eras asintomática”.

El portal de idiomas Babbel.com, difundió hace días una información donde destaca el uso de nuevos términos referidos a la pandemia y vinculados a su significado.

Se trata de un fenómeno global. En Japón, por ejemplo, han encontrado un término para designar a quienes hacen videollamadas para hablar y mirarse mientras beben: “On-nomi”.  En Alemania “Hamsterkauf”, define la compra compulsiva que deja vacíos los estantes de los supermercados: hámster (por el roedor) y kauf (compra), dibujan la metáfora del hámster que acumula comida en sus mejillas para el invierno.

Coronials«, en inglés, refiere a los bebés que nacerán luego de este período de confinamiento. Quién lo diría, en menos de dos décadas los millennials ya son historia.Es cierto: en un contexto de brotes infodémicos (de covi-fake news, le dicen algunos) el lenguaje técnico nos da una cierta seguridad y nos inmuniza parcialmente contra el temor.

Los neologismos, los viejos conceptos con nuevos significados, vienen cargados de asombro, incertidumbre o perplejidad. Nos enfrentamos a un enemigo invisible, que nos obliga a la separación, al aislamiento y lo desconocido nos obliga a refugiarnos en el habla. Es la función social del lenguaje. La de proteger, la de conservar.  Para nuestra fortuna, todos podemos hoy ser expertos epidemiólogos.

¿Estamos ante un nuevo campo simbólico, expresión de cambios profundos en esta sociedad pandémica del siglo XXI, una revolución semántica que da cuenta de mutaciones en los modos de vida que aún no podemos prever, o se trata de un fenómeno pasajero que durará lo que tarde en llegar la vacuna?

Es aún temprano para saber si dentro de algún tiempo nos referiremos a estos cambios en el lenguaje como una moda curiosa, o como el inicio de nuevas formas del decir y del hablar, cónsonas con una metamorfosis civilizatoria, aupada por la enfermedad, la soledad y el miedo.

La extensión y profundidad de las transformaciones sociales, económicas y  culturales en el mundo post covid-19 definirá a la larga el puesto que ocupará el lenguaje en éste. Una cosa sí es completamente cierta; como dice Camus, la peste no pasará como un mal sueño.

Mientras tanto, no seamos covidiotas, y acatemos las instrucciones para que en la nueva normalidad relativa y vigilada no nos apilemos en la columna estadística de los que la pandemia se llevó.

Y más temprano que tarde podamos darnos un buen abrazo.

WILLIAM CASTILLO
@planwac

 

Publicado en CiudadCCS.


 

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