La idea de la democracia estadounidense desde sus inicios, y señalada por el ridículo eufemismo de su «excepcionalismo», o aquel ‘’destino manifiesto’’ es desde su incubación una propuesta racista. Nunca tuvo la intención de incluir a personas que no fueran blancas. Nació del genocidio de los nativos americanos y se construyó con los frutos perniciosos de la esclavitud transatlántica. Fue cuidadosamente diseñado para servir a los colonos blancos para su perpetuidad.
Como punto clave de los políticos norteamericanos esta la sostenida campaña propagandística de su sistema de gobierno, la cual deja ver rastreras alabanzas y lisonjas sobre la democracia norteamericana; para lo cual se han enfocado en hacer ver a este país como la tierra de la libertad y la democracia. De allí que el citado destino manifiesto, engrandezca una visión egoísta y mesiánica de dicho sistema político, para lograr mantener su papel hegemónico y dominante que ha marginado históricamente, no solo a su pueblo sino a muchos otros del mundo.
Como resultado, los racistas blancos para quienes se construyó Estados Unidos todavía tienen un sentido de propiedad sobre sus “sagrados pasillos de la democracia”. Para ver este sentido en el accionar concreto, basta con mirar la arrogancia, la facilidad y el derecho con el que unos ‘’manifestantes’’ irrumpieron en el Capitolio. Atacaron y saquearon lo que se ha vendido al resto del mundo como una “ciudadela de la democracia”, porque lo ven como el alter de su superioridad racial, y temen que los liberales blancos se lo quiten para que se les entregue a los ‘’indeseables’’ liberales.
Esa turba racista enojada fue el ego reprimido de todo el Partido Republicano desatado en su máxima expresión. Con ese ataque terrorista, los republicanos supremacistas blancos le han hecho a Estados Unidos lo que Estados Unidos le ha estado haciendo durante mucho tiempo al resto del mundo con igual facilidad. Atacaron y ocuparon el Capitolio con el mismo sentido de derecho que los estadounidenses invadieron y ocuparon Afganistán e Irak, y como ayudaron a sus compañeros colonos a ocupar y saquear el pueblo palestino. O con la misma facilidad en apoyar un vándalo como Juan Guaido en Venezuela autoproclamándose presidente, desquebrajando así el hilo democrático y constitucional de la República Bolivariana de Venezuela.
Los racistas que atacaron el Capitolio, como millones de sus partidarios republicanos, tienen miedo de que los demócratas estén conspirando para quitarles sus privilegios y desmantelar las bases supremacistas blancas de Estados Unidos. Por supuesto, están equivocados.
El liberalismo que promueven los demócratas tiene un electorado diferente, pero no es menos supremacista blanco que el conservadurismo del Partido Republicano. Digamos como se refieren en algunas escuelas de politología: ‘’es políticamente más atrayente’’. El Partido Demócrata permite que los estadounidenses de color, como Barack Obama y Kamala Harris, asuman posiciones de poder, pero solo después de demostrar que son defensores del orden supremacista blanco existente. Ningún político afroamericano o latino, por ejemplo, puede acercarse a una posición de poder dentro del Partido Demócrata, o en una Casa Blanca Demócrata, sin alegar su lealtad y apoyo inquebrantable por ejemplo al estado de Israel.
El drama que estamos presenciando en los Estados Unidos hoy en día es simplemente una batalla entre dos formas de supremacía blanca: una manifiesta y la otra latente.
Confiar en que los 74 millones de insurgentes Pro-Trump serán influenciados milagrosamente por los llamamientos anacrónicos y vacilantes del presidente electo Joe Biden a la “unidad” y la búsqueda ilusoria del bien común de Estados Unidos, es algo que no va a suceder. Así lloremos casi todos con la hermosa voz de ‘’Lady gaga’’ entonando el himno nacional en la juramentación de Biden como presidente.
En cambio, el brebaje tóxico y arraigado de la ignorancia, las teorías de la conspiración demente y la creencia en la rectitud de un salvador mesiánico que son hoy, aspectos irrefutables y definitorios del virulento panorama político estadounidense, no solo persistirán, sino que pueden alimentar los antivalores ya existentes. Que pudiese traducirse en la violencia en su máxima expresión, como puede considerarse un magnicidio.
Sin embargo, sería un error y una tontería insistir en que solo Trump ha sido responsable de la erosión casi fatal de la legitimidad de las instituciones o como aprecio llamarlas restos de la democracia estadounidense.
La innumerable criminalidad de otros presidentes, incluidos Richard Nixon, Ronald Reagan y George W Bush, en el país y más en su política exterior, como por ejemplo el asedio a Irán, la invasión catastrófica y premeditada de Irak, el inhumano bloqueo económico y político contra Cuba y Venezuela, da cuenta de la evolución del pozo fétido del trumpismo, para subvertir la noción de ‘’el estado de derecho’’ de Estados Unidos.
Esto es sobre lo que escribimos cuando hablamos sobre Estados Unidos: el desmantelamiento activo de una ilusión que tiene a Obama y Harris de un lado, Trump del otro y el destino de todo un planeta en una la balanza. Porque sí, siguen siendo en su mayoría los pobres de nuestro continente que van a esclavizarse y sobrevivir a un sistema inhumanamente capitalista.
Pero el alma de Estados Unidos de la que describimos no está en las llamativas ciudadelas románicas del poder en Washington, DC. El alma de Estados Unidos está en cada sitio marginado de cada ciudad; en el Bronx, donde recibieron de manos de Hugo Chávez 100 galones de gasoil para cada familia para que no murieran de frío mientras en el año 2012, se produjeron 24.000 muertos a causa de falta de calefacción. Desde 2005, 2 millones de personas se vieron beneficiados por este programa a través de CITGO Petroleum, una subsidiaria de la compañía estatal venezolana, PDVSA que hoy, también sufrió la infausta existencia del imperialismo.
¡No es quien presida el poder, es su falsa democracia y su sistema en decadencia!
ERIKMAR BALZA GUERRERO