El Enorme talento del Gran Mariscal

“¡Soldados! De los esfuerzos de hoy, depende la suerte de América del Sur, otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia. ¡Soldados! ¡Que viva el Libertador! ¡Que viva Bolívar, Salvador del Perú!”

Antonio José de Sucre


 “Como soldado fuiste la victoria, como vencedor la clemencia, como magistrado la justicia y como amigo la lealtad”

Esta hermosa frase de la pluma de el Libertador Simón Bolívar, sintetiza acaso las más rentables cualidades del héroe cumanés. La Batalla de Ayacucho fue el último enfrentamiento armado que sostuvieron los ejércitos españoles y patriotas, en el largo camino hacia la independencia del Perú, que se inició con el desembarco de la Expedición Libertadora en la bahía de Paracas de la provincia de Pisco, en el departamento de Ica (Perú) y las Conferencias de Miraflores en 1820, proclamada el 28 de julio de 1821 y luego de la batalla de Junín en 1824.

Fue esta excelsa gesta la que inmortalizó al Mariscal Sucre y la que llevó al Libertador Simón Bolívar a nombrarlo: Padre de Ayacucho y el Redentor de los hijos del Sol.

El político y militar venezolano nació 3 de febrero de 1795, en la capital del estado Sucre,  Cumaná y fue el principal héroe de la actual República del Ecuador, así como un diplomático y estadista, presidente de Bolivia, Gobernador del Perú, General en Jefe del Ejército de la Gran Colombia, Comandante del Ejército del Sur y Gran Mariscal de Ayacucho. De su infancia se sabe poco pero su madre murió cuando él tenía 7 años y fue educado hasta los 15 años por su tío José Manuel.

Su familia era de tradición militar al servicio de la corona española, pero su padre también apoyaba la causa emancipadora. Estudió matemáticas en la escuela de Ingenieros de Caracas en 1808. Después habría de enlistarse en el ejército y en 1810 asciende a alférez. En 1812 asciende bajo el mando de Francisco de Miranda a teniente. Entre 1813 y 1817 viajó bajo distintas órdenes y organizando diferentes ejércitos. Hasta que regresa para continuar sus esfuerzos para la independencia. En 1817 es nombrado Coronel por parte de Simón Bolívar con quien se fue para el cuartel general donde se ofreció su Discurso de Angostura. Este no fue su último ascenso pues habría de ser designado como General de la Brigada por Francisco Zea.

Por esa época Bolívar comenzaba a cumplir su sueño político: la conformación de una gran federación con las colonias liberadas del dominio español. En 1819 se consolida la liberación de Venezuela, pero también la liberación del virreinato de Nueva Granada tras el triunfo en la batalla de Boyacá. En el Congreso de Angostura, su ya llamada cuartel general, se creó la República de la “Gran Colombia”, conformada por Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador.

En angostura, Antonio José de Sucre se hizo muy cercano de Bolívar pues se ganó su amistad y su respeto. Lo describía como un buen militar y un elevado sentido de la moralidad. Desde esa época, su amistad hacia Bolívar y su compromiso con la Gran Colombia se haría parte de sus prioridades. Fue enviado a la Antillas para obtener armas para su ejército para después lograr el armisticio y la regulación de la guerra en Santa Ana de Trujillo en 1820 con el general Pablo Morillo. Se le encomendó la campaña del Sur que constaba de liberar

Fue un triste y cobarde final para un enorme gigante, cuando el Mariscal de Ayacucho fue victimado por quienes veían en él un gran peligro para sus intereses personales y políticos, “su cuerpo fue abandonado luego de que recibiera algunos balazos que destrozaron sobre todo su cabeza”. Así lo señaló el cirujano del Batallón Vargas, Alejandro Floot, quien el 6 de junio de 1830 practicó el reconocimiento médico. “…resultó de él que el cuerpo tenía tres heridas: dos superficiales en la cabeza, hechas con cortados de plomo, y una sobre el corazón, que ­causó la muerte (fue del lado derecho), todo con arma de fuego”

El impacto del asesinato de Sucre sobre el Libertador, fue fulminante para el héroe caraqueño.

Sucre, era delgado, como una espada, y solo un poco más alto que Bolívar. Los ojos castaños, de poderoso vigor expresivo sabían dominar y mandar, volviéndose fulgurantes al entrar en batalla. Se destacaba su nariz larga de caballete en alto y de punta muy aguda: tanto el porte distinguido como los modales cultos y el cuidado de su persona le hacian distante y no cercano. Reía poco, con elegancia sin caer nunca en la carcajada. Su lenguaje sencillo siempre, jamás llego a los términos vulgares. No era poeta; tampoco imaginativo, a no ser en la creación de recursos tácticos y estratégicos, ya en la milicia, ya en la diplomacia. Su don característico, el de los jefes natos: imponer respeto así no se genere por ello simpatía, movía la astucia en el comando de su ejército con precisión.

 

Hoy, cuando el accionar de los traidores ha colocado al país en difíciles situaciones, y la miseria de la canallez desatada por los insensatos mancilla el honor de la patria, recordar a Sucre, más que un homenaje, es un ejercicio de fe.

 

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