El presidente venezolano Nicolás Maduro, en respuesta al sabotaje del sistema eléctrico nacional perpetrado pasado 7 de marzo, denunció que la nación había sido víctima de un ataque de pulso electromagnético que operó de manera remota, afectando la generación de energía de la principal central hidroeléctrica del país, versión ridiculizada por el gobierno de EE.UU y la oposición venezolana, principales sospechosos de la operación que buscaba crear un clima desestabilizador para justificar una intervención militar.
En este punto, resulta paradójico que quienes por años avalaron la tesis de espionaje cubano a través de las bombillas eléctricas, ahora desestimen una tecnología probada que tanto ocupa a las grandes potencias nucleares, debido a los efectos de su uso, y que además, tal como lo plantea el programa oficial estadounidense HAARP (por sus siglas en inglés), provoca la alteración de los estados, mediante el uso de ondas de alta frecuencia.
Un ataque de pulso electro magnético, supone la liberación a distancia de grandes cantidades de energía electromagnética, capaces de penetrar en la materia irradiando, ionizándolo y destruyendo total o parcialmente los equipamientos eléctricos y electrónicos de un área determinada, efectos que fueron descubiertos a partir de pruebas en explosiones nucleares. Tecnología de la que EE.UU , su principal desarrollador, ha denunciado ser victima potencial, en un intento por frenar el desarrollo nuclear de oriente.
Ante estos acontecimientos, el gobierno Ruso se ha colocado a disposición de Venezuela para profundizar las investigaciones, sobre lo que sería el primer uso público de esta tecnología contra una nación, que podría abrir una peligrosa brecha en la carrera armamentística y colocar en riesgo la seguridad de todos los pueblos del mundo.