Estados Unidos ya pasó el tope de los 6 millones de contagios de coronavirus según el contador de la Universidad de Johns Hopkins; una cifra que consolida a esa nación como la más abrumada por la pandemia.
Este nuevo hito en un país que se ha propuesto ser primero en todo, no parece un techo; sino un nivel más en un ascenso al que todavía le resta mucho camino, si los que deben cuidarse de la enfermedad no lo hacen.
La crisis sanitaria en este país ha dejado hasta ahora un saldo de más de 183 mil muertos, un número escandaloso que se parece a la de una guerra en la que el enemigo no se ve.
En este cuadro se desarrolla la campaña presidencial hacia un nuevo período. Trump lucha por repetir y Joe Biden por destronarle con el comodín del rechazo al republicano que le tiene arriba, y no porque sea un buen candidato.
Esconder la crisis
El drama de la pandemia se ha convertido en un problema que Trump ha buscado minimizar con todo tipo de recursos que van desde la negación, la subestimación, la sugerencia de remedios peligrosos, echarle la culpa a China y subirle el perfil a un “enemigo externo”, hasta probar a hinchar el pecho como el presidente más patriota que promete aplastar la amenaza de “la extrema izquierda” del Black Lives Matter.
Sobre este panorama, Trump se apresura en normalizar la economía y promete una vacuna que le salve como último recurso, tratando de que se olvide su manejo errático de la pandemia que puso de rodillas a Nueva York y actualmente atormenta a los estados del Sur.
La cifra de los 6 millones de contagios es un escándalo, pero el contador de muertos parece un desesperante reloj de arena que se aproxima al techo mortal de 200 mil víctimas que se puso Trump para decir que hizo un trabajo extraordinario.
Demasiada confianza
Para el presidente norteamericano, sin su gestión, la pandemia le hubiera podido costar al país más de 2 millones de muertos, por lo que 200 mil víctimas es una pérdida aceptable en su lógica de medir el gobierno como una operación permanente de negocios.
Pero la pandemia no es el único problema de Trump, pues también en las calles le cuestionan la represión a los manifestantes antirracistas, así como la mirada complaciente a las reacciones supremacistas que reivindican la segregación y apuntan armas contra los negros.