Por: Elio Córdova Zerpa
Al analizar el salario desde la teoría económica ortodoxa se corre el riesgo de interpretar de forma errática la realidad, hecho que algunos “intelectuales» y «académicos” olímpica e interesadamente omiten en sus planteamientos. Es necesario en la actualidad, y sobre todo es una tarea pendiente, pensar en torno a la construcción de indicadores económicos y sociales que permitan medir en su justa dimensión la política social que instrumenta el Gobierno nacional.
En los últimos 20 años, el Gobierno nacional ha enfrentado una guerra permanente contra la oligarquía nacional que se resiste al cambio en las reglas de juego. Es así como la lucha de clases se ha exacerbado, teniendo su máxima expresión en momentos como el golpe de Estado de abril de 2002 o el sabotaje petrolero que le siguió.
Sin ánimos de justificar los errores cometidos en materia económica, no podemos omitir en ningún análisis el escenario de guerra sistemática que ha caracterizado a nuestra historia reciente, toda vez que resulta sumamente complejo procurar la implementación de políticas económicas en un contexto de bloqueo. La ejecución de esas políticas presenta (en la teoría y la práctica) multiplicidad de nudos críticos, generados muchos de ellos por el juego de poder entre los intereses políticos y económicos afectados. Eso hace que existan constantes amenazas y debilita cualquier pronóstico de éxito en las iniciativas gubenamentales.
En este contexto, evaluar el comportamiento del salario mínimo venezolano pasa por señalar que este no expresa en su justa dimensión la remuneración real del venezolano. Al desagregar la actividad económica, por sectores público y privado, nos encontramos que 70% de la fuerza de trabajo está concentrado en el sector privado, que por razones obvias no cobra salario mínimo, mientras que el sector público registra 30%.
Sin perder de vista que la fuerza de trabajo venezolana en comparación con el resto del mundo está subvalorada, la empresa privada prefiere pagar sueldos y salarios en divisa extranjera (dólares) para garantizar la continuidad de sus procesos productivos. Sin embargo, el mayor impacto recae sobre la fuerza de trabajo que hace vida en la administración pública nacional.
Por otro lado, el principal enemigo del salario es la inflación. En medio de una profunda crisis del modelo de acumulación rentista y subdesarrollado, nuestra economía se ha venido reduciendo de tamaño con el agravante que introduce el bloqueo criminal que nos impone el gobierno de Estados Unidos. ¿Qué significa esto? Los bienes y servicios que produce la economía para satisfacer las necesidades del mercado interno se contraen significativamente, mientras que las necesidades de la población crecen en la medida que la población en su conjunto se expande sin dejar de mencionar, como se potencia todo ello con los efectos negativos de la covid-19.
Estamos así ante un escenario según el cual es prácticamente imposible acudir al resto del mundo para saldar el déficit interno de producción, lo que nos ubica en un estado de vulnerabilidad e inseguridad alimentaria, en primer orden, actuando cual camisa de fuerza que busca quebrantar voluntades y alcanzar concesiones que afectarían a nuestra nación y por ende, a nuestro pueblo.
En tales circunstancias, pensar que podemos subsistir sin contar con los medios para satisfacer la demanda o necesidades internas de la población es ilusorio, por lo cual es impostergable e imperativa la necesidad de industrializar y tecnificar nuestras fuerzas productivas.
Elio Córdova
Economista
@ecz21