“Échenle bolas” | Por: William Castillo Bollé

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“Échenle bolas” es una expresión de desafío. Un reto. Un duelo. Es una provocación con la que -desde la arrogancia- queremos condicionar a otros. Se viene a los labios cuando buscamos provocar una respuesta, o inhibirla, sirviéndonos de una amenaza que apenas se disimula: “Dale, pues, échale bolas”, decimos así, a quemarropa, esperando que la frase haga su magia y asuste a nuestro interlocutor. Como si la naturaleza intimidante de las palabras pudiera por sí misma torcer la realidad.

Es una apuesta verbal muy típica de gente buchipluma. Como cuando – ante aquel compañero que nos fastidiaba en clase- soltábamos: “si me vuelves a tirar un taquito, nos vemos a la salida”. Claro, a veces resultaba que el compañerito ladilla no se daba por amenazado. Y cuando ya en el recreo te lo topabas, ante la inminente contienda, con los espectadores en círculo, azuzando el espectáculo, no se te ocurría otra cosa que tirar una última parada. Lo veías directamente a los ojos (este paso era esencial) y le decías como si estuvieran ante el fin de los tiempos: “Quítame esta pajita del hombro, y vas a ver”. Por lo general, te tumbaban la pajita y te dejaban un ojo morado. Era -todos lo sabían menos tú- un recurso desesperado.

En el habla del venezolano, la expresión se usa cuando -en tono enfático y retador- quieres decirle a alguien a quien asumes como adversario: vamos a ver quién es más arrecho, si tú o yo. En ese “vamos a ver si te atreves” – querámoslo o no- se manifiesta la naturaleza a la vez pendenciera y rebelde del venezolano. Porque suele suceder que ante un “échale bolas” unilateral y coercitivo, el aludido va y le echa bolas. Y no pocas veces sale triunfante.

Esta reflexión, que parece sacada de un cuento costumbrista, está en el tapete. Amenazar un poder público con un “échenle bolas” ante una decisión que era su responsabilidad tomar, que no podía eludir, conviene analizarlo no sólo como resultado de los trastornos de una persona enferma de poder; que se siente con capacidad para amenazar al país, si no como expresión de la decadencia de una cierta cultura política.

Porque en Venezuela echarle bolas, a secas, sin arrogancia, significa simplemente esforzarse. El que le echa bolas a la vida es el que estudia, el que trabaja, el que sale delante ante la adversidad. La madre soltera, la abuela que se quedó con los nietos.

Ejemplos sobran en nuestra historia. Cuando ante las dudas independentistas, aquellos “tristes efectos de las antiguas cadenas”, Bolívar dijo en la Sociedad Patriótica “pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana” lo que estaba diciendo era: vamos a echarle bolas de verdad a este sueño de ser libres.

Venezuela cumplirá este año una década resistiendo y soportando la más brutal agresión de nuestra historia; un ataque cruel, criminal e inhumano, aplicado sin piedad y sin cuartel; una agresión que devastó la economía, separó a nuestra población y causó un sufrimiento injusto e injustificable, porque no puede haber nada que justifique privar a un pueblo de sus medios materiales de vida.

Fue un desafío histórico que nuestro pueblo supo superar. Y lo hizo porque no se arredró, ni se intimidó, porque no se puso a llorar “sobre la piedra hostil del desaliento” como pedía Miguel Hernández al pueblo español durante la Guerra Civil. Lo hizo porque le echó bolas al trabajo, a la producción, a la solidaridad, y sobre todo a la paz. Le echamos bolas con paciencia, con dignidad, con creatividad, con alegría. Por eso hoy, cuando alguien -que se siente prevalidado del poder que otros le otorgan-, le grita en la cara a un poder público “échenle bolas” como una forma de chantaje, nos está gritando, nos está amenazando a todos.

Está descalificando con abyecta, con miserable soberbia, el esfuerzo de todo un país. Nadie nos tiene que venir a exigir que le mostremos los cojones. Si superamos el bloqueo, si vencimos la hiperinflación, si estamos recuperando la industria petrolera y aumentando la producción de alimentos, si evitamos una guerra civil, si defendimos la soberanía y sostuvimos la paz no es porque nos regalaron nada. Es porque “le echamos un camión” y nos lo ganamos.

Dije antes que andar intimidando es cosa de gente sin sustancia, que presume de algo que es incapaz de hacer. Pero en política la estrategia de amenazar suele ser una actitud cobarde. De quien no ama a su país. Y porque no siente una gota amor por esta tierra está dispuesto a sacrificar el bien común en el altar de su ambición personal.

Como dicen en el llano, el venezolano es del tamaño del compromiso que se le presente. La respuesta del TSJ ante el chantaje no fue otra que echarle bolas. Y así – con lucidez y valentía- le puso fin a una controversia, ciertamente inédita sobre los resultados electorales.

Que toda la información debe publicarse, claro. Que el país requiere explicaciones sobre los ataques al Poder Electoral y rectificaciones para evitar que se repitan, por supuesto. Pero el futuro nuestra Patria no se puede definir por una página web montada en el Reino Unido con documentos forjados. La soberanía de un pueblo no la define la hipocresía de una clase política opositora arrastrada ante una jefatura sin escrúpulos; ni la miserable complicidad mediática, ni la labor de zapa de los algoritmos o la hipócrita cobardía de gobiernos extranjeros. Sólo en la Constitución encontraríamos una salida. Y la Constitución dio la salida.

Los demagogos que hoy amenazan y retan a los poderes públicos, no tuvieron valor, no le echaron bola, no acudieron al TSJ para demostrar su supuesto triunfo. Se chorrearon. Arrugaron. Nadie tiene menos moral que esta gente para exigirle nada a ninguna institución de Venezuela.

El resultado fue dado y la controversia fue zanjada. Échenle bolas, pues, decimos ahora, a ver si pueden detener el país, si pueden alterar la paz que ganó con tanto esfuerzo el pueblo venezolano. Pero eso sí, esta vez no arruguen ante la justicia.

Siempre he creído que el poder se acerca más al pueblo, cuando habla como el pueblo. No cuando convierte el lenguaje popular en una caricatura. O cuando lo pervierte sujetándolo a su propia miseria, si no cuando es capaz de comprender y acercarse al alma popular. Por eso frases impactantes y vacías no van a ninguna parte y en ninguna parte morirán.

Este pueblo no necesita que nadie lo rete a echarle bolas porque se levanta todos los días a hacerlo. Y seguirá haciéndolo, construyendo una Patria donde quepamos todos y donde podamos desafiarnos democráticamente para alcanzar un país mejor. Duélale a quien le duela. Por eso es bueno reafirmar ante el engreído y fallido desafío: lo del 28 de julio es cosa juzgada. Échenle bola y vivan con eso.

 

 

WILLIAM CASTILLO BOLLÉ

LI.


 

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