Recuerdo a Pompeo explicar que costó años “fabricar una crisis en Venezuela”. Lo decía no solo por el ataque y sabotaje a la economía. Su concepto de crisis apuntaba más a la idea de crear la impresión de un grave problema humanitario que pudiera servir para ganar aliados que contribuyeran a mayores niveles de agresión.
Cuando Estados Unidos estuvo seguro del daño perpetrado, puso en marcha los planes para crear una máscara humana a su política criminal. Fue entonces cuando los gobiernos de Colombia, Ecuador, Perú, Panamá y Chile ofertaron “hospitalidad” a venezolanas y venezolanos.
Fue una grosera invitación para impulsar la salida masiva de nuestra gente hacia esos países. Sus malas intenciones, su complicidad con Washington, fueron presentadas como “hermandad”.
En el caso de Colombia, país secuestrado por mafias, su lógica delictiva le llevó a convertir en negocio la llegada de nuestras hermanas y hermanos. Con descaro, Duque pidió y recibió millones de dólares para supuesta ayuda a venezolanos.
Venezuela como tema político es la moneda más gastada de la derecha de nuestra región y de Europa. Todos dicen correr el riesgo de convertirse en Venezuela si gana alguna fuerza de izquierda, como si corrieran el peligro de que unas elecciones les convierta en el país con las más grandes reservas de petróleo, con oro, coltán, diamantes, hierro; como si de pronto pudieran ser la patria de Bolívar, Sucre, Andrés Bello y Chávez.
A nuestras hermanas y hermanos que salieron del país les ha tocado encontrarse con esta visión utilitaria de lo venezolano. Hay quienes, siguiendo el ejemplo de los anticubanos de Miami, se presentaron como irracionales apátridas sedientos de sangre y de invasiones.
Quienes no se involucraron en la campaña antivenezolana, sufrieron el acoso permanente de esa irracionalidad, promotora de un camino de exterminio y de entrega de la soberanía de nuestra patria.
No importa ya cómo se hayan portado ni qué formación educativa tengan. En este momento lo relevante es a qué clase social pertenecen. Ahora que no parecieran ser útiles a sus propósitos políticos inmediatos, la ultraderecha de apellidos y las mafias de Miami, anticubana y antivenezolana, mientras dejan a sus hijos allá, catalogan de delincuentes a mis hermanas y hermanos de la clase trabajadora, mientras que promueven y festejan su secuestro sin respeto a ningún derecho ni ninguna normativa legal.
Freddy Fernández
ÚN.