La mediática al servicio de los intereses de Occidente, como se le llama ahora al proimperialismo, ha mostrado a Adolfo Hitler como un muy particular y hasta raro fenómeno de enajenación mental en virtud de su desempeño como líder de un movimiento de derecha en la Alemania de la primera mitad del siglo XX, signado por una ideología abiertamente fascista que desde siempre se ha pretendido presentar como excepcional y única en aquel viejo continente.
Ese mismo medio de comunicación es el que ha usado Europa para venderse como supremo paradigma de la democracia y de las ideas de libertad en el mundo.
Pero la realidad, irrefutable e incontrovertible, es otra completamente distinta, en la cual los gobiernos regidos por las ideas de ultraderecha, así como por las mas vetustas y retardatarias monarquías, es el modelo predominante en la mayoría de sus países, sin ningún indicio de que tal realidad vaya a ser modificada en modo alguno por lo menos de aquí al final del presente siglo.
La historia de Europa es la historia de las mas crudas y prolongadas guerras inspiradas casi siempre en la épica del conquistador Alejandro Magno, a través de las cuales pretendían imponerse sobre el resto del mundo mediante las mas delirantes ideas de dominación por la fuerza.
En ello Hitler no fue nunca distinto a lo que en su momento encarnaron Julio César o Napoleón, como líderes que fueron de grandes proyectos de claro corte imperialista a los cuales ha estado habituada Europa desde sus orígenes mismos.
Y ni siquiera fue el único que promovió el ideario fascista en su momento como para otorgarle ese título de excepción que la historia ha pretendido adjudicarle en exclusividad, cuando tanto Franco como Mussolini compartieron con él su misma propuesta ultraderechista desde cada uno de sus ámbitos de poder, solo que circunscritos en cada caso a su propio espacio. Pero las ideas eran las mismas.
Los cada vez más frecuentes triunfos de la ultraderecha en esa vieja Europa, aunado al insólito fenómeno del apoyo incondicional al régimen fascista y neonazi de Ucrania asumido por toda Europa, así como su empeño en pretender imponerle lineamientos y sancionar a cualquier país del mundo, son solo la reafirmación de un ancestral carácter fascista de ese continente.
ALBERTO ARANGUIBEL
ÚN.