¿Condenados a la violencia?

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La crisis multidimensional, una institucionalidad desgastada y deslegitimada; la desesperanza, indefensión y la hiperanomia, más el juego político -entre otras condiciones objetivas y subjetivas- trazan la ruta hacia el agotamiento de la política y dan puerta franca a la violencia.

Así lo demuestran los recientes sucesos políticos en torno a la disputa por el Poder Legislativo. Tragicómico espectáculo parlamentario de violencia y represión que ha desatado miedos, fantasmas, presagios y vaticinios en torno a un posible escenario de violencia generalizado. El poder legislativo en debate -lesionado, castigado, sometido a una disputa política, simbólica y territorial- anuncia la posible instauración de la violencia condicionada por el fracaso de la política y sus actores.

Debilitado y frustrado el diálogo, agotados los mecanismos políticos, fracturados los poderes; la violencia hace su aparición y se apodera de las pautas y prácticas de la lucha por el poder. Nos habituamos a la violencia política, a las situaciones violentas que se producen en el curso de la resolución de conflictos políticos de poder y dominación. Se disparan las alarmas sobre la violencia en tanto peligrosa ruta hacia la cancelación de la política y el debilitamiento de la democracia. +

Desde la ciudadanía surge la necesidad de impulsar un debate serio en torno a las relaciones entre política y violencia; una discusión responsable sobre la violencia que se asoma amenazante y parece incorporarse a prácticas habituales. Emergen entonces una serie de interrogantes a ser abordadas valiente y descarnadamente.

¿Está entronizada e instalada la violencia en la sociedad venezolana? ¿Es un perverso componente de las relaciones sociales? ¿Se consolida la violencia en las pautas y prácticas de la lucha por el poder? ¿Irremediablemente la solución a la disputa por el poder debe ser violenta? ¿Es la única alternativa? ¿Es la política una cuestión de fuerza? Y, finalmente, ¿Es expresión de la profunda anomia que nos aqueja? O, por el contrario ¿Nos enfrentamos a una violencia planificada de forma estratégica?

De ser así, estaríamos en presencia de prácticas, reglas, discursos y narrativas que prescriben, justifican y legitiman el uso político de la violencia.
Para iniciar la discusión cerramos con otra interrogante ¿No hay salida?

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