Hoy se cumplen 4 años de la firma del Acuerdo de Paz, entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), pero en los hechos la guerra interna del hermano país continúa más cruenta que nunca. Con base en los hechos ocurridos, se puede afirmar que es Colombia: la paz que nunca fue.
Lamentablemente, si es que puede considerarse como un logro, lo único que dejó este tortuoso proceso fue el «flamante» premio Nobel de la Paz, para el expresidente colombiano, Juan Manuel Santos.
Causas agravadas
De resto las causas que motivaron una guerra intestina en la nación vecina, hace ya 72 años con aquel sangriento Bogotazo, no sólo siguen intactas, sino que se han agudizado, con fenómenos extremadamente violentos como el narcotráfico y el paramilitarismo.
La violencia fratricida es el pan de cada día en un país balcanizado y completamente genuflexo a la política exterior guerrerista de la Casa Blanca. Desde la firma del «acuerdo de paz», se tiene registro de 565 líderes sociales asesinados, fundamentalmente a manos del paramilitarismo. Muchas de las víctimas se cuentan como activistas políticos desmovilizados de las FARC.
¿Qué paz tan extraña es esta? ¿Un Estado sin palabra, a quiénes puede gobernar? Como reseña el portal web Hacemos memoria, entre los cientos de asesinados, se configura un espectro de amplio alcance que va desde líderes indígenas, hasta luchadores por los derechos de las comunidad LGBTI, entre otros.
Muerte indiscriminada
«De acuerdo con registros de Naciones Unidas, el 50 por ciento de los líderes asesinados desde la firma de la paz eran integrantes de Juntas de Acción Comunal. Luego están los abogados y líderes de restitución de tierras. Líderes sindicales –al presidente de USO Arauca lo intentaron matar a inicios de febrero de 2020–, líderes indígenas, mujeres con liderazgo político en partidos –ex candidatas a cargos de elección popular, como el caso de Karina García–. Defensores de los derechos LGTBI y líderes afro, especialmente en Nariño, Chocó, Valle y Cauca, donde atentaron contra la reconocida lideresa ambiental Francia Márquez«, reseña el portal.
Pero la ejecución de líderes sociales está lejos de ser la única expresión de violencia. A la nefasta política de falsos positivos implantada por Álvaro Uribe, se suman ahora las masacres de civiles, orquestadas durante el gobierno del pupilo aventajado del uribismo, el actual presidente colombiano, Iván Duque.
Masacres por doquier
Colombia acumula más de 50 masacres, en 17 de los 32 departamentos del país, en lo que va de año 2020. Tampoco para la violencia asociada al narcotráfico, en un país que sigue siendo el principal productor de cocaína del mundo. Esto a pesar del relanzamiento del Plan Colombia con dinero, logística y presencia militar norteamericana.
Durante la primera década de este siglo el Comandante Chávez jugó un rol estratégico como líder internacional para la mediación. Esto a fin de que las partes en conflicto pudieran hallar una salida dialogada. Gobernaba entonces el uribismo, que se sentaba en la mesa de negociaciones con un puñal bajo cada manga. Ese proceso arduo fue traicionado. Luego vino la masacre vil de Sucumbíos, en Ecuador.
Y desde Colombia se pretendió denostar del esfuerzo realizado por el Comandante venezolano. Lo demás es historia, lamentablemente, conocida. Como se ha dicho muchas veces a la oligarquía colombiana no le interesa la paz porque vive de la guerra, es adicta a la violencia.
Esa oligarquía es enemiga acérrima de Venezuela, no pierde ocasión para levantar el dedo acusador contra una nación hermana que le dio la libertad. Sin reparar que están ellos mismos hundidos en una ciénaga de violencia. Es definitivamente Colombia: la paz que nunca fue.