Por: Adán Chávez Frías
Una de las líneas temáticas más elaboradas en el discurso de la oposición antidemocrática venezolana, es la recurrente afirmación de que la Revolución Bolivariana y el Comandante Chávez, específicamente, dividieron al país entre “pobres y ricos”, lo fracturaron en dos polos y estimularon el odio entre venezolanas y venezolanos. Es así como, según esta tesis que encontramos casi a diario en los medios de comunicación y redes sociales (instrumentos masivos al servicio de los centros de poder del mundo capitalista), esa fragmentación social, es “la peor herencia del chavismo”.
Es, a todas luces, una de las mentiras más repetidas por los enemigos de la patria, y que escuchamos o leemos continuamente en términos de una añoranza por “aquellos tiempos en que éramos felices y no había diferencias entre nosotros”, por solo mencionar una de las tantas formas utilizadas para sus trampas ideológicas. Más allá de ser una simple muestra de la falsa moral de la burguesía, se trata de todo un montaje propagandístico muy bien estudiado, focalizado principalmente hacia la clase trabajadora y sobre todo a las capas medias de la población.
Lo primero que debemos subrayar es que, en el año 1999, cuando el Comandante Chávez inició el proceso de grandes transformaciones en el marco de la liberación nacional, las desigualdades sociales eran abismales, consecuencia de una distribución arbitraria de la renta petrolera, que enriquecía a unos pocos (la burguesía) e iba empobreciendo al resto de la población.
Cuando se inició la Revolución Bolivariana, la pobreza extrema era de 10.8% y la general de 29%. Hoy en día, pese a la guerra económica inducida y a todas las dificultades creadas por el imperio norteamericano, la extrema se ubica en 4.3% y la general en 17%. Pero el aparato ideológico del capitalismo se encargó siempre de crear un falso mundo de bienestar, en el que la felicidad está asociada al ascenso de “estatus social”, con una supuesta “igualdad de oportunidades” para quienes sueñan con progresar exitosamente en tal escalamiento, sin importarles a quienes arrollan en el camino.
Al capitalismo no le interesa, por lo tanto, que se indague sobre las causas que originan las brechas sociales, justificándolas con su fraudulento juicio: “Es pobre quien así lo decide”, y enarbolando la libre competencia como su mayor contribución al progreso. De forma tal que, bajo esa premisa de “supervivencia del más apto”, ha promovido el individualismo, el egoísmo, el racismo y demás formas de discriminación en las sociedades bajo su dominio.
Fue el líder histórico de la Revolución Bolivariana quien, justamente, puso al descubierto la esencia de aquellas democracias al servicio de las transnacionales. Chávez volteó la tortilla y redistribuyó la renta del petróleo, dando prioridad a los programas sociales, a satisfacer las necesidades de las y los que históricamente fueron invisibilizados, y, al mismo tiempo, desenmascaró las causas objetivas de la pobreza, lo cual enfureció a la oligarquía apátrida, que durante largos años de hegemonía las había mantenido camufladas bajo la farsa de un país feliz de telenovelas y concursos de belleza.
Y fue entonces esa oligarquía la que pretendió inocular el odio entre venezolanas y venezolanos, más allá de la simple división entre chavistas y opositores, que fue una división lógica en una nación en la que la inmensa mayoría del pueblo despertó y asumió un proyecto, el proyecto bolivariano de la independencia y la soberanía, a despecho de quienes asumieron la continuidad de las viejas políticas puntofijistas.
La burguesía estimuló una confrontación de carácter étnico, cultural y social, que llegó a niveles críticos con la imposición de la violencia como vía para liquidar la revolución y sus conquistas. Basta recordar el terror desatado en las guarimbas (verdadero testimonio de odio y fragmentación), financiadas y espoleadas por las y los pseudodirigentes de la oposición, en las que incluso quemaron gente viva por parecer chavista. Entonces, ¿quiénes estimulan el odio y la violencia?
Mientras la oligarquía promovía la confrontación, el Comandante Eterno llamó a la unidad de nuestro pueblo, a la integración de Nuestra América. Y hoy, cuando las clases empresariales, las élites de la Iglesia Católica y las voceras y los voceros opositores incitan a enfrentar todo aquello que se asocie al chavismo, la Revolución Bolivariana ha mantenido su llamado al diálogo, a la solución pacífica de los problemas, a la paz y a la convivencia. Es una verdad inobjetable, que los eruditos al servicio del imperialismo no mencionan ni mencionarán.
No lo harán, porque la verdad no está de su lado. La verdad está del lado del pueblo, que esperó siglos de sufrimiento para conquistar su soberanía y convertirse en forjador de su destino.
¡Unámonos y seremos invencibles!