Caos en Washington: de la guarimba a la crisis civilizatoria

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Aún es demasiado pronto para saber cuál será la dimensión real de la crisis política desatada en Washington, a propósito la reiterada negativa de Donald Trump de aceptar su derrota, en las elecciones presidenciales del pasado 3 de noviembre de 2020. Este episodio, inédito en la historia política del país, que se mercadea como la primera democracia del mundo, no deja de resultar irónico. Y es que la nación que se ha especializado en desestabilizar gobiernos alrededor del mundo, hoy recibe una buena cucharada de su propia medicina.

A juzgar por las imágenes, sin contar lo que fue filtrado, la odiosa fórmula de la guarimba, que tantas vidas cegó en Venezuela, ahora se ha vuelto contra su autor intelectual. El formato del caos, de la desmoralización y la ley del terror se instaló en el corazón de los Estados Unidos. Sin duda algo difícil de creer, pero que confirma lo que muchas voces lúcidas de las escena internacional vienen alertando, desde hace varias décadas: Los EE.UU. son un país en franca decadencia, y el sistema socioeconómico que han pretendido imponer en todo el planeta no da para más.

Conscientes de las implicaciones que esto tiene para su gastado liderazgo internacional, Joe Biden, presidente electo por la bancada demócrata, y la mediática internacional se apresuraron a decir que el único responsable es Donald Trump. Esto por (como decimos en criollo) «no amarrar a sus locos», que por cierto están bien enfermos de odio, gracias al veneno de las cadenas informativas y las redes sociales. Sin embargo, como han alertado pensadores de la talla de Noam Chomsky, es cierto que Trump es un gángster, maniático y psicótico. Pero no es menos cierto que este colapso es el resultado de un desgaste estructural.

Disturbios previos

Todo este año que pasó en la tierra del Walt Disney no pararon los atropellos brutales contra la población afroamericana. Los asesinos de George Floyd están en libertad. Y por ello ardieron en llamas varias ciudades norteamericanas. Pero ese hecho fue invisibilizado o se trató de naturalizar, como la consecuencia del racismo fundacional que guía a la sociedad norteamericana. Sin embargo, esa cadena de disturbios son un claro síntoma de una sociedad fracturada, donde a despecho de los supremacistas del Trumpismo, los negros y los latinos cada vez tienen más peso específico.

Ello sumado al colapso de un modelo económico improductivo, basado en una moneda, cuyo valor es completamente artificial, ha hecho de los EE.UU un verdadero polvorín. De ahí que autores como Chomsky y Alfredo Jalife-Rahme, entre muchos otros, han alertado en diversas oportunidades acerca de las posibilidades reales de que en EE.UU se vuelva desatar una guerra civil.

Como dijimos al inicio es pronto para saberlo, la violencia ya se cobró su primera baja. Ojalá que no ocurra (la guerra civil). Pero las explicaciones edulcoradas, que comparan a Trump con un Nerón que quiere incendiar la Casa Blanca antes de entregar, son fantasiosas. El problema es de fondo y confirma el diagnóstico de una crisis civilizatoria. También nos da la razón a los pueblos «salvajes» del Sur como el de Cuba y Venezuela, entre muchos otros, que abogamos por un mundo más humano de igualdad social y bienestar para todos, no sólo para el 1% de la población mundial.

 

 


 

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