Desde Río de Janeiro. Una de las características de Jair Bolsonaro, el aprendiz de genocida que destroza Brasil, es reír todo el tiempo. Una risa nerviosa, tensa, falsa, grosera como él.
El país se derrumba, los muertos por el coronavirus superan 168 mil y los infectados son cinco millones 900 mil. Pero él se mueve todo el tiempo en una precoz campaña para la reelección en 2022. Se mueve riéndose.
El número de desempleados rompe todas las marcas de la historia, la tensión fiscal dispara – la deuda pública se acercó al 100 por ciento en octubre –, la moneda local, el real, sufrió en lo que va del año una devaluación superior a 40 por ciento frente al dólar. Contemplando tal cuadro, Bolsonaro encuentra tiempo para destacar proyectos esenciales de su larva, de los cuales destaca uno: el que pretende facilitar la concesión de licencias para conducir jet sky.
Bueno: algunas veces, la risa nerviosa desaparece. Es cuando surge alguna contrariedad. Y entonces reaparece el Bolsonaro en estado puro: una criatura cargada de odio y resentimiento, disparando alucinaciones furiosas contra todo y todos.
La semana pasada fue marcada por explosiones tanto de absurdos como de furia. Empezó con Bolsonaro celebrando la muerte de un voluntario que había pasado por pruebas de la vacuna desarrollada en Brasil por el Instituto Butatan, de San Pablo, referencia internacional, en asociación con el laboratorio chino que produce la Coronavac.
Acorde a un Bolsonaro totalmente descontrolado, esa muerte significó una victoria suya contra el gobernador de San Pablo, el derechista João Doria, posible rival en las presidenciales del 2022, y que defiende la Coronavac. Ocurre que el farmacéutico de 33 años no murió a raíz de efectos colaterales de la “vacuna china”: cometió suicidio.
No satisfecho, al día siguiente Bolsonaro, quien sigue negándose a reconocer la derrota de su ídolo Donald Trump, se refirió “al otro candidato”, en clara referencia a Joe Biden.
En un debate televisivo, el ahora electo presidente norteamericano advirtió que si en Brasil sigue la devastación ambiental incentivada por el gobierno, el país podrá sufrir sanciones económicas.
Altanero, Bolsonaro disparó su advertencia: dijo que cuando “la saliva” no es suficiente, refiriéndose a la diplomacia, es necesario “tener pólvora, y la tenemos”.
Más allá del patetismo y del ridículo de la amenaza, Bolsonaro tocó un punto especialmente sensible, y que ya había dado tenues muestras de preocupación con el grado del desvarío presidencial: las Fuerzas Armadas.
Hubo una afirmación inicial del comandante-jefe del Ejército, general Edson Pujol, recordando que las Fuerzas Armadas son instituciones del Estado y no de cualquier gobierno. De inmediato el vice-presidente Hamilton Mourão, general reformado, vino en su apoyo.
Bolsonaro no tuvo más remedio que mostrarse acorde, pero recordando que Pujol está donde está por haber sido nombrado por él, que, como presidente, es el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas.
Ayer, nueva nota, pero esta vez firmada por el ministro de Defensa, general retirado Fernando Azevedo, y los comandantes de las tres armas, todos en activo, recordando lo mismo: las Fuerzas Armadas no obedecen a partidos, y confían en que el presidente piense de esa misma manera. Más claro, imposible.
A tiempo: las relaciones de Bolsonaro con su vice, el general Mourão, están congeladas desde hace un buen tiempo. El presidente no soporta la manera en que su vice aparece en los medios de comunicación como alguien equilibrado, y cómo mantiene canales directos de comunicación con empresarios y diplomáticos extranjeros, que tratan de evitar los delirios de Bolsonaro.
A estas alturas, no hay espacio para dudas sobre el creciente aislamiento en que se encuentra el presidente brasileño. Una soledad que crece a cada momento, dentro y fuera del país.
Hoy, domingo, se eligen alcaldes y concejales en los 5.068 municipios brasileños. Bolsonaro se empeñó a fondo, pero sobran indicios de que sus candidatos sufrirán derrotas fulminantes, principalmente en las dos mayores capitales del país, San Pablo y Río.
Y la derrota de Donald Trump aumentará aún más su aislamiento global. En términos regionales, desde la elección de Alberto Fernández en Argentina el ultraderechista brasileño viene sumando una derrota tras otra.
La elección de Luis Lacalle Pou en Uruguay no cambió el escenario: al fin y al cabo, desde la campaña electoral el candidato derechista había dejado claro que cualquier distancia de Bolsonaro sería poca. Luego vinieron la elección de Luis Arce en Bolivia y la convocatoria de la Constituyente en Chile.
Y ahora los militares que efectivamente tienen comando de tropa en Brasil le hacen recordar que son Fuerzas Armadas del Estado y no de un gobierno cada día más patético. Lo que resplandece en el escenario es un Bolsonaro cada vez más sumergido en su propio laberinto de la soledad y del delirio.