”El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”.
Simón Bolívar
I
Yo sé que estás preparado para esta conversación, así que ¡vamos!
Simón Bolívar fue el primer estadista en la historia que propuso la idea “seguridad social”, en el sentido en que la conocemos modernamente.
No lo digo yo. Lo dijo la vicepresidenta Rodríguez ante el Parlamento, al consignar –con apelaciones a la urgencia– la Ley de Protección de las Pensiones de Seguridad Social, propuesta por el presidente Nicolás Maduro.
Y no lo dice ella, sino uno de los manuales europeos más conocidos sobre el tema. En 1935, a un siglo de la muerte de Bolívar, la usó Franklin Delano Roosevelt para designar la Ley sobre Seguridad Social de Estados Unidos; y tras la II Guerra Mundial, la adoptó la ONU en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.
La seguridad social (que algunos llaman sistema previsional) no es más que la responsabilidad –más aún, la obligación– que tiene la sociedad de proteger y apoyar a sus ciudadanos en la medida en que se vuelven viejos. Lo de viejo no tiene aquí ninguna carga peyorativa, porque quien escribe ya arribó a esa “juventud extendida”.
Ciertamente, conforme envejecemos nos volvemos más frágiles. Se acorta la vida laboral (además de “otras” vidas), los ingresos decaen, los padecimientos aumentan, simplemente porque nuestra capacidad física y mental se agota. Como se dice hoy, un día eres joven y al día siguiente tienes una bolsa llena de bolsas. Tienes más pasado que futuro.
Así que por allá por los años 30 del siglo XX, acicateado por el fantasma del Comunismo, el Capitalismo occidental ideó el “Estado de Bienestar”. El pujante sistema capitalista en los países desarrollados reconocía que los trabajadores no podían ni debían ser explotados hasta la muerte; que debían ganar lo suficiente para vivir con cierta dignidad; que la salud y la educación debían ser públicas para ofrecer igualdad de oportunidades y, claro, que los viejos debían ser protegidos de las inclemencias del tiempo… cronológico.
Venezuela adoptó este modelo. Así se creó el Seguro Social y un sistema de prestaciones (servicios) que debía garantizar una existencia digna en el ocaso de la vida. La idea inicial fue la mutualidad: el trabajador aportaba y el patrono (público o privado) aportaba. Todo iba a un fondo que el Estado administraba para prestar los servicios sociales, ayudas, contingencias, retiro del mercado laboral. La solidaridad intergeneracional fue otra de las bases: los jóvenes debían pagar en el presente las pensiones de sus padres y abuelos para que sus hijos y nietos pagaran en el futuro las de ellos.
II
En los años 70, sin embargo, se difundió la idea de que la seguridad social debía ser sustituida por algo más “eficiente”. Sacar del juego al Estado y traer al privado a la cancha. Los bancos captaron la idea, y en Chile, que entonces estaba bajo la bota neoliberal de Pinochet, efectuaron el primer experimento de privatización de la seguridad social.
Las pensiones perdieron su fin social y se convirtieron en un negocio financiero. El trabajador pasó a ser un simple ahorrista que cotizaba para financiarse gastos presentes y futuros; los bancos jugaban en el casino con esa plata y al trabajador luego le costaba la vida recuperar lo que había ganado con el sudor de su frente. Fue un fracaso rotundo (para los trabajadores, claro), pero como todos los fracasos capitalistas, fue una idea exitosa.
A finales de los 80 y comienzos de los 90 –con CAP primero y Caldera después–, el Consenso de Washington impuso en Venezuela la idea de “chilenizar” la seguridad social. Se aseguraba que el sistema había fracasado y, por tanto, había que liquidar el Seguro Social y privatizar la seguridad social, todo según el “paquete chileno”. Los bufetes financieros redactaron la reforma que llevaba la firma de un exguerrillero devenido en dócil burócrata. Los bancos se frotaron las manos.
Caldera hizo la tarea. Creó una tripartita (empresarios, sindicalistas y Gobierno) y dejó todo atado –y bien atado– para que el siguiente gobierno velara y enterrara el cadáver de la seguridad social.
Lo que pasa es que el próximo gobierno fue el de Chávez, y este, que tenía otros planes en mente, sintió que algo olía mal en Dinamarca y mandó a parar la fulana reforma. La nueva Constitución –que había sido aprobada con 72% de los votos– estableció que la seguridad social es, en Venezuela, un servicio público de acceso universal. No se puede, por tanto, privatizar.
Así, con la Revolución Bolivariana de Chávez en marcha, Venezuela se convirtió en líder mundial en derechos para los trabajadores, las trabajadoras y para todos los sectores históricamente excluidos. En una década, Chávez transfirió 20 % de la riqueza de los sectores más ricos a las clases medias y a los pobres.
Cuando llegó Chávez, había poco más de 300 mil pensionados en Venezuela. Hoy, son cerca de 6 millones. El Estado asumió la tarea. Había entonces recursos públicos suficientes y, en poco tiempo, Venezuela llegó a tener –medidos en dólares– el salario mínimo y la pensión más altos de América Latina.
Pero en eso, ¡ay balazo de la historia!, Chávez se fue (lo mataron), y todo cambió. Sobre Venezuela se lanzó la más cruel y gigantesca agresión económica que hayamos conocido: el bloqueo económico y financiero.
Sobre eso, de cómo el bloqueo devastó el presupuesto público, el salario las pensiones y acerca de qué pretende la Revolución Bolivariana con esta propuesta de ley para recuperar las pensiones, escribiré la próxima semana.
Bolívar liberó seis naciones, renunció a sus ingentes riquezas y murió solo, con camisa prestada y sin pensión en Santa Marta. Ni siquiera llegó a viejo. Pero su idea está más vigente que nunca. De eso se trata ahora. Tras la tormenta, alzar las velas, poner proa en la dirección que marcó Bolívar y recuperar la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de felicidad posible para nuestro pueblo.
WILLIAM CASTILLO BOLLÉ
CO.