Basura Mental y Basura Urbana: Crónica de un Olor Compartido)por: Dr. Elías González Mendoza

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Cada Noche, en Margarita, que es donde actualmente resido, un rugido metálico rompe el silencio.

Es el sonido de la redención ambiental: el camión recolector de los desechos. Su paso es un alivio efímero, un suspiro colectivo que ahuyenta el fantasma de la pestilencia. Curioso o quizá predecible, que ese mismo alivio lo exhale quien sale de una sesión de psicoterapia.

La diferencia es que al camión nadie le paga en dólares por escucharnos.

Nos convertimos en productores en serie de desechos materiales y emocionales, confiando ciegamente en que un servicio externo vendrá a limpiar nuestro desorden.

La psicoterapia, útil y necesaria en su contexto, se ha convertido en el equivalente emocional del camión de basura: un servicio de urgencia que recoge los síntomas para que la fábrica de la infelicidad pueda seguir funcionando sin interrupciones.

Terapia Express: El Uber de la Basura Emocional

Somos una especie con talento olímpico para externalizar su mugre. Señalamos al camión que no pasa o al terapeuta que no responde el WhatsApp de emergencia. Producimos toneladas de desechos, materiales, emocionales y hasta espirituales, con la fe religiosa de que un héroe asalariado vendrá a barrer el desastre.

La psicoterapia, útil y necesaria en su justo contexto, terminó pareciéndose demasiado al servicio de aseo urbano: entra, limpia, y se va. Y si la semana siguiente vuelve el mismo hedor, la raíz no está en el camión ni en el diván, sino en el reality show barato de hábitos que repetimos como si Netflix nos pagara regalías.

Separar para Existir (y para Dejar de Apestar)

Separar residuos—orgánico, plástico, vidrio—es un acto de conciencia radical. Lo mismo debería ocurrir con el duelo, la rabia o la tristeza. Pero aquí la cosa se pone decolonial: ¿quién decide qué es basura?

El capitalismo, ese coreógrafo invisible, jerarquiza incluso los afectos. Declara “desechable” todo lo que no produce: la rabia justa, el duelo colectivo, la tristeza lenta. Y nos vende “gestión de estrés” para que sigamos rindiendo en la fábrica de la infelicidad. Nos enseñan a reciclar latas, pero no a dejar de comprar la gaseosa que las fabrica.

El problema no es la recolección, es la producción. este ritmo industrial de producción de desastres personales es insostenible. No hay camión de basura ni terapeuta que dé abasto Compramos objetos huecos para tapar vacíos existenciales, emociones empaquetadas. La depresión se envasa al vacío de soledad, la ansiedad se vende en oferta 2×1. El sistema repite su mantra: tu basura, tu culpa, mientras lava sus manos perfumadas de marketing.

Economía Circular del Espíritu (o Cómo Hacer Compost con la Ira)

La gestión de residuos más lúcida ya no habla de “basura”, sino de “materiales posconsumo”. ¿Por qué no aplicar lo mismo a la psique colectiva?

El capitalismo nos entrena para la obsolescencia programada emocional: un afecto que ya no produce placer inmediato se descarta; un proyecto que no rinde frutos en el trimestre se abandona; una persona que no «suma» a nuestra imagen se deshecha. Generamos «desechos humanos» y «desechos emocionales» con la misma frivolidad con que tiramos un celular funcional por un modelo nuevo.

La propuesta decolonial y ambientalista es radicalmente opuesta: aprender el arte de la reparación y el compostaje.

• Compostaje Emocional: Así como los residuos orgánicos se convierten en humus para nueva vida, las experiencias dolorosas, los duelos, los fracasos, las rabias no deben ser simplemente «sacadas a tiempo» por el camión de la terapia. Deben ser «compostadas»: integradas, trabajadas en comunidad, y transformadas en el abono que fortalece nuestra resiliencia y da nutrientes a nuevos proyectos colectivos. Ese dolor transformado se convierte en la base de la sabiduría comunitaria.

• Reparación de Vínculos: Del mismo modo que la economía circular busca reparar y reusar los objetos, necesitamos prácticas de reparación de vínculos comunitarios. En lugar de descartar relaciones a la primera señal de conflicto (el «drama» del que queremos que nos recoja el terapeuta), podemos desarrollar habilidades para el cuidado, la mediación y la reconciliación. La comunidad, no el individuo aislado, es el taller donde se repara el tejido social roto.

• Redistribución de la Abundancia Afectiva: La crisis es un exceso de recursos mal distribuidos. Hay un exceso de soledad en medio de una potencial abundancia de comunidad. Hay un exceso de ansiedad en medio de un mundo que podría ser cuidado. Gestionar los «residuos» no es solo llevárselos, sino redistribuir la riqueza afectiva. Crear sistemas donde el cuidado no sea un servicio privatizado, sino una moneda común, donde los «desechos» de unos (tiempo, experiencia, escucha) puedan ser el recurso vital para otros.

Pregunta para provocar:

“¿Con quién podrías compostar tu duelo antes de que termine en el vertedero de las anécdotas no contadas?”

 

Camiones como Clínicas Móviles

El rugido del camión de basura no debería ser solo un alivio nasal: es una invitación a revolucionar la forma en que producimos sufrimiento. No se trata de preguntar “¿cómo saco esta basura?”, sino “¿por qué sigo fabricando tanto desecho?”.

La salud mental colectiva no llegará cuando todos tengamos un terapeuta exprés, sino cuando entendamos que nada de lo humano es desperdicio. El futuro no es una ciudad limpia porque el camión pasa a diario, sino una comunidad que dejó de producir mugre emocional.

Huele la ciudad. Huele tu mente. Decide si te quedas con el perfume de la resignación o te arremangas para compostar el desastre.

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