La poesía, cuando combate por la vida, suele ser peligrosa. Eso lo supo Andrés Eloy Blanco al morir lejos de su tierra, Cumaná: “tierra querida y lejana de luna clara y de sol…¡Aquella tierra bendita es todo mi corazón!…Por aquel mar, caballero, por aquel río juglar -un raudal de poesía y un trueno de libertad-¡siente en mi tierra bendita de trovador y galán, estos anhelos de río y estos rugidos de mar!…”
Pretendieron aprisionar su voz encerrándola en La Rotunda, por alzarla contra el pecho de Juan Vicente Gómez. 6 años y un poco más escribió tras los barrotes, pero finalmente los días lo llevaron al exilio en México, donde un 21 de mayo de 1955, un accidente automovilístico lo separó del mundo.
Con su pluma, Andrés Eloy fijaba su acento en las injusticias, su poesía fue siembre bala y fuego y fue política, a decir de Roque Dalton: “Poesía perdóname por haberte ayudado a comprender/ que no estás hecha solo de palabras”.
Andrés Eloy fue bolivariano. En la ONU, con fuerza y amor levantó su voz, por un mundo solidario: “Para nosotros la paz no es un proceso de equilibrio, no es un estado de convivencia, es un estado de conciencia tranquila fundada en el amor a la Patria como reflejo del amor por la propia. Creemos que el derecho de conquista existe en una sola forma que aspiramos a poner en acción: defendemos la conquista del afecto y de la confianza del mundo, el respeto de los compromisos, la calidad profundamente humana del modo de relación. Aire, tierra y mar de Venezuela los saludan…”.
Fue constituyente y fue tajante con la traición. Así, a Acción Democrática, le regaló estas palabras: “los planteamientos nacionalistas, antifeudales y antiimperialistas que tenía inicialmente AD, que en esa época tenía una raigambre popular que estaba contenida en su lema (…) los abandonó y traicionó”.
Su dulce amor, junto a la Patria fueron los niños y niñas del mundo: «Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños / que la calle se llena/ y la plaza y el puente/ y el mercado y la iglesia/ y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle/ y el coche lo atropella/ y cuando se asoma al balcón/ y cuando se arrima a la alberca/ y cuando un niño grita, no sabemos/ si lo nuestro es el grito o es el niño,/ y si le sangran y se queja,/ por el momento no sabríamos/ si el ¡ay! es suyo o si la sangre es nuestra.»
Así también a la pintura elitista le gritaba, al racismo le gritaba, pidiendo que en los grandes altares, estuviesen también, comiendo mangos de su tierra, los angelitos negros que el hambre terrenal logró apartar del mundo: «Ay, compadrito del alma, / ¡Tan sano que estaba el negro!/ Yo no le acataba el pliegue,/ yo no le miraba el hueso;/ como yo me enflaquecía,/ lo medía con mi cuerpo,/ se me iba poniendo flaco/ como yo me iba poniendo./ se me murió mi negrito;/ dios lo tendría dispuesto;/ ya lo tendrá colocao/ como angelito de Cielo./ Desengáñese, comadre, que no hay angelitos negros/ ¿No hay un pintor que pintara/ angelitos de mi pueblo?/ Yo quiero angelitos blancos/con angelitos morenos/Ángel de buena familia/ no basta para mi cielo».
Andrés Eloy Blanco, poeta del pueblo, hijo de Cumaná, hijo de los páramos de Luz Caraballo y del Orinoco. Su palabra es fuego y es poesía, es candor y lucha perenne, es estímulo y esperanza de lo que falta por nacer.