El Papa Francisco habló este viernes ante la Asamblea General de la ONU y lo hizo con un tono sereno. En efecto, consiguió una calma increíble para exponer los problemas graves que preocupan al mundo.
La pandemia fue el eje de su discurso que duró poco más de 20 minutos; y en el que nos resumió la disyuntiva de un mundo afanado por volver a la normalidad.
El Papa Francisco abogó por una renovación positiva de la humanidad después de la pandemia; un cambio al que si no estamos alerta pudiera terminar siendo un retroceso que simplificó en términos sencillos: “De una crisis no se sale igual, o salimos mejores o salimos peores”.
Aunque el mundo no haya buscado la pandemia, la enfermedad pudiera servir para transformarnos en algo mejor; a lo que el Papa dijo: “Esta crisis está cambiando nuestra forma de vida cuestionando nuestros sistemas económicos, sanitarios y sociales”.
Momento de elegir
Apuntando a la lógica materialista dominante que gobierna al planeta con una fatal normalidad, el Santo Padre exhortó en su presentación que hay que “tomar este momento de prueba, como elección para elegir entre lo que cuenta verdaderamente, entre lo que pasa; para separar lo que es necesario de lo que no lo es”.
Pero sin sembrar falsas expectativas de una transición cómoda y pacífica hacia esa necesaria transformación; Francisco nos revela que en esta oportunidad vital para cambiar la desigualdad aumentada por la pandemia, los factores acomodados en el individualismo opondrán en su retirada una operación defensiva.
Dos caminos
A pesar de estar describiendo la actualidad a la orilla de un precipicio, el Papa habló con calma de 2 caminos planteados: «uno conduce hacia el multilateralismo; y el otro da preferencia a las actitudes de autosuficiencia, aislamiento, nacionalismos y egoísmos, dejando por fuera a los más vulnerables”.
Consciente de su influencia y del poder relevante de su investidura para dar peso a algunas posiciones, no escatimó en revestir al multilateralismo como lo más parecido al proyecto de Dios sobre la Tierra, oponiéndolo sin mencionarlo, al unilateralismo exacerbado por el pretendido “Mundo Libre”.
Fin de las sanciones
Desde su oficina devenida en el púlpito de una homilía para todos, el Papa abogó por la transformación de la arquitectura financiera global; por la condonación de la deuda de los países pobres, por el cierre de las “cuevas fiscales” que solo sirven para robar a la gente.
Pidió por el cese de las “sanciones internacionales que dificultan que los Estados brinden el apoyo adecuado a sus poblaciones”.
A los organismos internacionales los invitó a revisarse, porque sí bien están movidos por buenas intenciones, la verdad revela que han conseguido cambiar muy poco las cosas; por lo que llamó a “evitar toda tentación de caer en un normalismo declaracionista con efecto tranquilizador en la conciencia”.
Para corregir todas estas cosas llegó la pandemia que el mundo no pidió, y que parece que bien nos sirve para obligarnos a cambiar en términos positivos; entendiendo que “la pandemia nos ha demostrado que no podemos vivir sin los otros, o peor aún, uno contra el otro”.
