El subdesarrollo es un tema de gran interés para la ciencia económica. Sin embargo, el pensamiento económico en su conjunto –ortodoxo y heterodoxo– registra en su haber una cuantiosa deuda, sobre todo, con los países subdesarrollados que requieren una teoría que permita comprender el fenómeno en su justa dimensión, con el objeto de orientar las acciones que conduzcan a la superación de tal condición hoy día.
Gran parte de la literatura existente en el pensamiento económico ortodoxo aborda el tema del subdesarrollo desde una visión fragmentada y desvinculada de los procesos históricos inherentes a las estructuras económicas subdesarrolladas. La ortodoxia reduce significativamente el problema centrando la atención en una serie de indicadores tales como: Ingreso per cápita, especialización de las exportaciones, niveles de pobreza y acceso a la educación, entre otros.
Indicadores todos que, indudablemente aportan información a la compresión del referido fenómeno. Empero, al estar circunscrito a una visión lineal, mecánica y ahistórica, indefectiblemente conducen a una interpretación errada de la realidad. No es secreto para nadie que la brecha entre países desarrollados y subdesarrollados expresa un problema de carácter estructural, que progresivamente manifiesta diferencias irreconciliables. La brecha no ha hecho otra cosa que agrandarse con el paso del tiempo.
Por su parte, desde el pensamiento económico heterodoxo vale la pena destacar los aportes realizados por Raúl Prebisch en este campo. El científico social argentino planteaba la existencia de una estructura económica mundial asimétrica, la cual está constituida por un conjunto de economías industrializadas con alto contenido científico técnico -centro- que se articulan, mediante relaciones comerciales, con economías de escaso progreso científico técnico y que, por lo general, son poseedoras de cuantiosas reservas de materias primas (petróleo, fuentes de agua potable, diamantes, oro, tierras fértiles, entre otras).
Se pone así al descubierto un conjunto de elementos tales como la imposición de patrones de consumo desde los países del centro, que garantizan la realización a la producción. Emulando lo «correcto» los países subdesarrollados trazan sus planes de modernización y tecnificación de sus fuerzas productivas, en función de la dinámica de los primeros. De igual forma, es importante resaltar la burla de la transferencia tecnológica, imposibilitando la optimización de la producción, lo que al mismo tiempo acentúa una relación de dependencia y subordinación con los países desarrollados.
En la década de los 80, en pleno auge de los preceptos neoliberales se planteaba el carácter mágico-religioso de la globalización. Exaltando las bondades inherentes a ese proceso, se afirmaba que una nueva economía mundial dejaría en el pasado las diferencias y daría paso a un mundo de países desarrollados en igualdad de condiciones. La historia ha sido lapidaria, dejando al descubierto la falsedad total de esos planteamientos.
Sólo un enfoque que integre las perspectivas: económica, histórica, política y sociológica, permitiría obtener las herramientas teórico-prácticas para captar en su real magnitud el problema que se presenta hoy día. El subdesarrollo hay que estudiarlo como una expresión integral del movimiento histórico de la totalidad social dentro de la cual se genera.