Por: Earle Herrera
La luna no tiene la culpa, ni del descorazonado toro que se enamoró perdidamente de ella, ni de que Donald Trump embista ahora contra sus recursos. Después de poner a la tierra al borde de la desertificación de polo a polo, el presidente yanqui firmó un decreto en el que ordena, así como así, la explotación de los recursos de nuestro único satélite. Rusia saltó y advirtió que no se debe privatizar el espacio ultraterrestre. China, como siempre, guardó un indescifrable silencio sideral.
Trump cree tener un as de póker frente al revolcón que un virus les dio a las grandes potencias, su imperio incluido. El origen del bichito se busca en los laboratorios o en los murciélagos convertidos en chivos (expiatorios), pero no piensan en las bajas defensas de los humanos, más grandes y gordiflones, pero más inmunodeficientes por su publicitada dieta transgénica. Monsanto sirve la mesa y Bayer el postre.
Volvamos a la luna, la de Barlovento que inspirara a Nicolás Guillén y la que hizo de la vida noctámbula de Agustín Lara una insufrible ronda. Cuando el Washington Post descubre el capitalismo salvaje y pega un leco como el de Rodrigo de Triana sobrecogido ante Guanahaní, alguien debe salir en defensa del sistema. El jefe del imperio se ve obligado a hacerlo y, con deslumbrante torpeza, se le ocurren dos hipérboles: primero, como sheriff matón, ofrece una recompensa por la cabeza de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Vladimir Padrino, Tareck El Aissami y Maikel Moreno. Segundo, ordena explotar la luna y ponerla en el mercado, como una torta de casabe, una torreja azucarada o una oblea con arequipe.
Para el magnate de la Casa Blanca, la luna no es un bien distinto a la Torre Trump (o Trump Tower, como dice mi amiga varada en Miami). Allá los poetas, pintores y cantantes. “Yo veo la vaina –dice torciendo la boca- por metros cuadrados”. Y agrega: “No creo en cambio climático, mi fe está en el mercado cambiario”. Por ahora, solo lo asedian dos pensamientos: Maduro y la luna (sin el embarbascado toro ese).
Fanfarrón, le lanzó esos dos huesos al covid-19, pero este no se distrae y sigue haciendo estragos en Estados Unidos, gracias a los intereses de su presidente, antepuestos a la vida de los neoyorkinos y al resto del imperio, magullado este por una vainita así, chirriquitica, invisible.