por: Victoria Torres Brito.
Nuevo orden mundial dicen, nuevo orden social pienso.
Veo a un médico cansado después de una guardia de dos días enteros en un hospital atendiendo a extraños y que al llegar a su hogar tiene que detener la efusiva caminata con brazos extendidos de su pequeño hijo, que corre a su abrazo. Ese rechazo tendrá sus consecuencias. Ese gesto que, irónicamente está cargado de mucho amor y protección por su descendencia, va a hacer mella. Se le explicará y quizás algún día lo entienda, pero en ese momento algo se quebró, algo irremediablemente sentará un precedente en las futuras muestras de afecto.
Me entero del dolor de una hija, al no poder estar en el último respiro de su padre que fallece en soledad y la impotencia de no poder despedirlo y ni siquiera llevarlo al ataúd. ¿Esa culpa sanará?
Veo el desesperado acto de cremación en plena calle de Guayaquil, por no tener capacidad en las morgues y la indolencia sorda, de un Estado que no supo tomar decisiones a tiempo y ahora los pobres pagan el precio más alto: el dolor.
Veo caos al escuchar un estornudo en algún vagón del tren o esa duda que asalta despiadadamente sobre uno al haber compartido un asiento o un pasamanos con alguien infectado.
Se agotarán desinfectantes, guantes y alcoholes, para saciar las ganas de mantenerse a salvo, sano, vivo.
Las ganas de salir corriendo por no haber aprendido a convivir con nuestra propia sangre, con nuestro propio reflejo, a no soportar ni tolerar a quienes más amamos, porque se han extendido las horas juntos bajo el mismo techo.
Son traumas, cicatrices que van quedando en generaciones que, con suerte, llegarán a contar esta historia. Porque esto es historia universal y no de esa que uno leía en el librito gordo y amarillo, sino de la que estamos viviendo y siendo protagonistas en lo que queda de esta humanidad. Si es que queda algo de ella en esta sociedad.
Merman los abrazos, las caricias, los besos, el contacto piel a piel. Ya ni codo a codo «somos mucho más que dos», como decía Benedetti.
Habrá que administrar el tiempo que siempre nos quejamos de no tener y tratar de distribuirlo de la mejor manera entre las responsabilidades y el trabajo. Buscar ese equilibrio para no perder el balance ni la cabeza.
Habrá que enamorarse de las miradas y calcular que debajo del tapabocas siga estando la belleza que algunos llevamos hasta por dentro.
Habrá que combatir sin tregua contra la paranoia, la desesperanza, la desconfianza y la amargura. Esas se juntan solo para joderle la existencia a una.
Habrá que reinventarse para enamorar o volver a las cartas y despertar pasiones con letras como lo hicieron Manuela y Simón.
Habrá que rescatar la paciencia de Gandhi y Miranda en sus injustos y respectivos cautiverios.
Habrá que escuchar y admirar el trinar de los pájaros, que ahora vuelan felices sin tanta polución que les generamos y maravillarse con el retorno de las ballenas y delfines a los mares, que han descansado de tanta basura que les dejamos.
Habrá que escuchar y disfrutar del silencio de las ciudades que, responsablemente se guardan en su refugio, por el miedo a morir, aún cuando eso sea lo único que tenemos seguro.
Victoria Torres Brito.
@vickyzoe