por: Roberto Hernández Montoya
Pero no nos hemos dejado quebrar el tejido social, con estoicismo y dignidad. Nos están, sí, zarandeando la trama colectiva pero no han podido con su solidez esencial. Atentan contra la lealtad de pusilánimes que reniegan de la revolución con ruido y furia, sin decoro, pero sobre todo la de quienes se corrompen bajito, o sea, de modo a menudo más destructivo que la algarabía y el zurriburri.
Otras sociedades aguantan menos y ceden al caos, a la guerra civil y a dictaduras atroces, a menudo todo junto y en desorden, como en Libia, Bolivia —por ahora.
No toda resistencia es armada. La nuestra ha sido gandhiana. No ha habido caracazos ni violaciones en masa durante los apagones.
Estamos bajo la lupa de los think tanks que acostumbra el imperio apenas no se sacian sus ansiedades. Tienen chuletas con las mismas tretas. No nos han bombardeado. Todavía. Y no por falta de ganas sino porque no les hemos dado las circunstancias geopolíticas.
El bloqueo se propone desesperarnos para la ruptura de la convivencia.
Así como hay una miríada de minúsculos atentados contra el equilibrio social también hay otra miríada de moleculares reequilibrios que restablecen el orden. Como cuando mantienes la calma ante el corte de agua, adaptas tu dieta a los víveres disponibles, no te vas de Venezuela, haces las colas, no caes en provocaciones, madrugas, respiras hondo, ríes, maldices —reacciones excusables y necesarias.
Siembras, elaboras jabones, coses, reparas, te organizas en el barrio, en el trabajo, en la escuela, en la familia. Militas y no acudes a las marchitas de Guaidó.
Aquí entra la insuficiencia mental del imperio, que no puede entender cómo después de 20 años de presión no estamos como Afganistán, que es el plan. Según esa maquinación Venezuela debiera estar como Irak. Y pues no. Nuestra compostura les causa frío en el espinazo. ¡Pero si eso funcionó en Ucrania, en Kirguistán, en Egipto, en Bolivia..! ¿Por qué no en Venezuela ni en Yemen, ni en Rusia, ni en Irán?
Entonces en lugar de cambiar de planes los intensifican. El filósofo estadounidense George Santayana postuló que el fanatismo redobla los esfuerzos cuando ha olvidado el fin. Debieran leer a Santayana en el Departamento de Estado. Nos haría bien a EUA y a la humanidad.