Nobel para la demencia y el fascismo contemporáneo | Por: David Gómez Rodríguez

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El arte de la política: Nobel para la demencia y el fascismo contemporáneo

Por: David Gómez Rodríguez


 

En 1822, Théodore Géricault pintó «La loca»: una mujer de mirada vidriosa y sonrisa desencajada, su apariencia física no corresponde a la de un monstruo, pero su vesania devela a un ser humano atrapado en los laberintos de su propia maldad. Dos siglos después, esa misma locura se expresa en la política y recibe premios Nobel. María Corina Machado, que abraza a Netanyahu, ya conocido por todos cómo un genocida y criminal que atenta contra la humanidad. Este terrible personaje, que también llama públicamente a invasiones militares para «salvar» a Venezuela, es una prueba más del deterioro moral y de la demencia política en la que ha caído el mundo dominado por la lógica de occidente. La crisis civilizatoria que da paso a lo que el Presidente Nicolás Maduro ha llamado la nueva época de la humanidad, se manifiesta también en estos escenarios de carácter simbólico, dónde aquellos que era importante para los letrados del occidente, terminan siendo mancillados miserablemente entre conspiraciones políticas de la peor calaña. ¿Alguien seriamente podría pensar que fuera de la narrativa impuesta por EEUU contra Venezuela, María Corina Machado, una burguesa venezolana que ha promovido la violencia una y otra vez con el auspicio de la USAID, tiene algún mérito para obtener un galardón por la construcción de la paz en el mundo?

¡Es lo contrario! La correspondencia de María Corina Machado con las bochornosas prácticas de Milei da cuenta de su ideología. En ellos encarna el liberalismo económico y un fascismo  de nueva generación al promover la privatización exacerbada, la disminución del Estado y el ejercicio de la violencia sistemática a fin de destruir al contrario. Es importante recalcar que María Corina Machado es una criminal con un amplio prontuario delictivo, por el cual la Contraloría General de la República Bolivariana de Venezuela la inhabilitó para el ejercicio de la política por quince años. La laureada fascista fue promotora del Golpe de Estado del 2002 contra el Presidente Chávez y firmante del llamado “Decreto Carmona”; hizo parte de la estafa contra Venezuela orquestada con Juan Guaidó, logrando entregar a los EEUU, bajo la figura de un gobierno fantasma, la empresa petrolera Citgo y Monómeros, valoradas en 56.000 millones de dólares. También ha sido una activista de las sanciones financieras, comerciales y diplomáticas impuestas por Estados Unidos y otros países, propiciando un criminal bloqueo económico que, a su vez, ocasionó profunda una crisis de desabastecimiento en sectores tan vitales como la medicina y el alimenticio, colaborando en el robo de una toneladas de oro venezolano, que actualmente se encuentran retenidos en el Banco de Inglaterra. Finalmente, es necesario destacar que en cada ocasión está nefasta representación de la ultraderecha en Venezuela garantizó las condiciones logísticas y políticas para desestabilizar el país a través de acciones terroristas, perseguir líderes sociales y procurar el asesinato de líderes políticos del chavismo.

Géricault, al pintar a sus enfermos mentales, les devolvió un poco de humanidad en una época que los escondían y hasta desterraban como una vergüenza social. Hoy no los esconden ni los destierran, tampoco intentan curarlos desde la compasión, sino que premian a quienes promueven guerras disfrazadas del discurso de la “libertad” y de la «paz». ¿Acaso no está disociado de la realidad alguien que crea que EEUU es un país que defiende la paz, sabiendo que es el primer financista de empresas armamentistas y cabeza de la OTAN? ¿Acaso no hay suficientes antecedentes históricos como para saber cómo actúa el imperialismo norteamericano cuando tiene interés político y económico sobre un país? Ya lo dijo incluso Bolívar “Estados Unidos parece destinado por la providencia a plagar la América de hambre y miseria en nombre de la libertad”. Ese es el país que hoy amenaza a Venezuela con dos buques de guerras y un submarino nuclear; ese es el país al que María Corina machado ha pedido medidas coercitivas unilaterales e ilegales para tratar de matar de hambre a su propio pueblo.

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Frente a está realidad y teniendo en cuenta la relación de María Corina Machado con Netanyahu, el presidente colombiano Gustavo Petro ha preguntado en X: «¿Cómo un genocida puede ayudar a hacer la paz en Venezuela?». La pregunta quedó flotando sobre el silencio cómplice del Comité Noruego del Nobel, el mismo que en 1973 premió a Henry Kissinger, arquitecto de bombardeos en Camboya. El Comité del Nobel insiste en premiar a quienes fabrican guerras con discursos de paz. Lo hizo con Barack Obama, quien bombardeó siete países mientras pulía el galardón. Lo intentó con Trump, cuyo único mérito pacifista ha sido utilizar los conflictos existentes para presionar la geopolítica y tratar de mantener la hegemonía y los intereses de su pais en medio de su ahogo estructural. ¿Tiene algún tipo de legitimidad este comité en la actualidad?

Cuando el fascismo se impone en Europa como opción políticaa través de partidos como Vox y Banderismo ucraniano; cuando Estados Unidos atraviesa una profunda crisis social y política; cuando politólogos como Emmanuel Todd relatan la derrota de occidente; y el mundo observa el nacimiento estridente de un nuevo orden mundial, parece ridículo que algunos pretendan tapar el sol con un dedo o más bien, con una medalla. Incluso la «loca» de Géricault parece más cuerda que Machado cuando afirma que la “libertad” nace de la sumisión al verdugo del siglo, cuando ofrece los recursos económicos de todo un país a cambio de la satisfacción de su felonía. En su arrogancia, Trump la humilla, como a Zelensky, y en medio de la bochornosa escena recordamos cuando atacando a Biden lo trató de inepto por no haber logrado arrodillar a Venezuela y hacerse de sus recursos petroleros.

María Corina Machado es el síntoma de un sistema enfermo, que premia la barbarie. La verdadera paz no se reconoce en un premio, porque es silenciosa como un arrozal vitnamita o la sonrisa de una niña venezolana cuando recibe la bendición de su abuela. Sin embargo ¡Ojalá volviera el Premio Lenin a la Paz que otorgaba la URSS en sus tiempos, Miguel Otero Silva fue uno de sus galardonados! ¡Ojalá en el mundo que nace, los países que hoy componen los BRICS+, piensen criterios para honrar a aquellos y aquellas que con verdadero sentido de justicia y amor a la humanidad promueven la paz y el desarrollo humano! Tengo confianza en que podré verlo y contaré cómo un chiste lo que ha sucedido con el Nobel.

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