En Venezuela, hablar de paz es hablar de dignidad. No de esa paz amaestrada que a veces nos quieren imponer desde afuera, como si la tranquilidad fuera la ausencia de conflicto, como si resignarse fuera lo mismo que resistir. No. La paz que defendemos desde la Asamblea Nacional es una paz activa, con rostro de pueblo y verbo de justicia.
Venezuela, tierra de contrastes y luchas ancestrales, ha sido testigo de embates que han intentado silenciar su voz. Pero el espíritu indomable de su pueblo, forjado en la resistencia, se levanta con fuerza en el hemiciclo. Allí, donde las voces del pueblo resuenan, se tejen los hilos de la esperanza, se construyen los puentes de la reconciliación.
La Asamblea Nacional, en su rol de garante de la soberanía popular, no se limita a legislar. Es el espacio donde se confrontan las ideas, donde se debaten los proyectos de nación, donde se defiende la justicia social. Es el bastión contra la injerencia extranjera, contra los intentos de desestabilización, contra la violencia que busca sembrar el caos.
En medio del cerco económico, de las narrativas que nos reducen a caricatura, del intento sistemático de quebrar nuestra voluntad como país soberano, la Asamblea Nacional ha sido escudo y trinchera. Ha sido espacio para legislar con el oído en la calle y los pies en la historia. Porque cuando el bloqueo arrecia, la Asamblea no puede limitarse a sesionar: debe proteger, acompañar y transformar.
La paz en Venezuela se preserva cuando se protege la soberanía, cuando se alzan leyes que reconozcan los derechos de las y los humildes, cuando se honra la palabra empeñada con el pueblo. Por eso la Asamblea no es ornamento del Estado: es nervio motor de la democracia participativa y protagónica que hemos decidido construir.
Desde esta trinchera parlamentaria se ha sostenido el diálogo como vía, se ha defendido la institucionalidad como garantía y se ha promovido la justicia social como fundamento. No hay paz sin comida, sin salud, sin salarios dignos. No hay paz verdadera si no se reconoce el dolor de quienes fueron excluidos por siglos, si no se reparan las heridas que dejó el colonialismo y su herencia clasista y racista.
Hoy más que nunca, la Asamblea Nacional está llamada a legislar con el alma en rebelión y la conciencia en alto. A construir leyes que respondan al país profundo, ese que no siempre sale en los titulares, pero que sostiene la vida cotidiana con su esfuerzo invisible. A defender la patria sin doblegarse a las lógicas del capital ni a los mandatos imperiales que intentan quebrarnos desde la arrogancia.
La paz no es un premio. Es una conquista. Y se defiende con ideas, con leyes, con organización popular. La Asamblea Nacional debe seguir siendo un puente entre el clamor de las comunas y la letra de la ley, entre la memoria de lucha y el porvenir que soñamos.
Porque en Venezuela la paz tiene nombre de pueblo y apellido de Revolución.
¡Nosotras y nosotros seguiremos venciendo, que no se nos olvide!
¡Palabra de mujer!
CAROLYS PÉREZ