El aislamiento social es uno de los factores más perturbadores que podrían generar las redes sociales. Sea niño, joven o adulto, mientras más tiempo esté expuesto a los contenidos de estas plataformas, aumenta la posibilidad de sufrir una severa baja de autoestima, sentimientos de inferioridad lo que lleva inevitablemente a diferentes niveles de depresión.
La clave está en que la mayoría de estos contenidos forman parte de una realidad “perfecta”, muy editada, muy inducida, que suele acentuar en la mente de sus consumidores la comparación con los personajes de la vida ideal que perciben a través de esas plataformas. Mientras mayor es la comparación, se incrementa el impacto a la autoestima.
La ansiedad y la depresión entran en escena. Una amiga muy cercana, joven, exitosa, sin problemas económicos, acudió a un psicólogo porque tenía una intranquilidad inmanejable. El especialista pudo diagnosticar que su permanente exposición a Instagram y Tik Tok le estaba generando altos niveles de ansiedad. ¿Los motivos? Comparación incesante con estilos de vida insostenibles desde el punto de vista social y económico.
Simultáneamente ocurre otro fenómeno: la necesidad constante de estar chequeando las redes por tener la sensación de que te estás perdiendo de algo importante.
El ciberacoso también es parte del menú. En EEUU un estudio de la firma Pew Research determinó que cerca de la mitad de los adolescentes consultados expresa haber sido víctima del ciberbullying con secuelas que van de leves a graves que pueden conducir a pensamientos suicidas.
La adicción a estas redes no es cuento, las redes poseen un motor llamado algoritmo que tiene el objetivo de enviarte la mayor cantidad de contenido posible basado en tu historial de navegación, consumo, tiempo de exposición, búsquedas y preferencias mostradas a través de comentarios o “me gusta”. Esta inteligencia artificial va acumulando datos indeterminados sobre tus gustos hasta llegar a un punto que te conoce mejor que tu familia.
A esto se suma el aprendizaje por observación. Niños y jóvenes van mimetizando comportamientos y actitudes de sus personajes favoritos, hablan sin respiro como los videos hipereditados de esas “celebridades”, normalizan lo soez, alteran su sueño y viven alterados sin motivos aparentes.