Imperiopatía | Por: Luis Felipe Pellicer

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Imperiopatía | Por: Luis Felipe Pellicer

Sin condiciones para mantener la guerra, Fernando VII ordena, en abril de 1820, a Pablo Morillo establecer la paz con las naciones de América, procurando reintegrarlas al reino.

El 17 de junio envía cartas a los jefes insurgentes (según él, no sabía dónde estaba el presidente Bolívar) ofreciendo cesar las hostilidades y entrar en diálogo de paz bajo “las ventajas que les ofrecía la Constitución de Cádiz y el rey Fernando VII a la América Española”. Los jefes de Colombia conservarían el mando del país, bajo dependencia del general Morillo o del Gobierno Español.

Los generales patriotas respondieron inmediatamente que cualquier negociación dependía del presidente. Bolívar estaba en Cúcuta y nombró comisionados a Rafael Urdaneta y Briceño Méndez para tratar con los españoles.

Los emisarios le contestaron a Morillo que 10 años de sacrificio por la libertad y la independencia, la gloria de las armas de Colombia, la resolución soberana de sus hijos, que tantas veces ha expresado Su Excelencia El Libertador, le dan derecho a esperar que les evite la pena de escuchar proposiciones de dependencia a España. “Parece que vuestra señoría hubiese olvidado el objeto de nuestra lucha.”

La España rancia tiene pésima memoria. Estamos celebrando el bicentenario de la Independencia y no se enteran de ná. Nos perciben distorsionadamente como súbditos infantiles. Por eso se entrometen en los asuntos de Venezuela como si fueran cuestiones propias.

No es mera instrumentalización politiquera. Es una afección grave de la mentalidad colectiva facha. Comenzó con la invasión en el siglo XVI, se expresó como “pacificación” en la Independencia y se ha convertido en un mal crónico que consiste en olvidar el trauma de la pérdida del Imperio, por la derrota que les infligió el ejército venezolano y de Nuestra América, conservando sólo el recuerdo de su dominación imperial como una proeza civilizatoria, no como el genocidio que fue. Para una monarquía católica haber cometido los siete pecados capitales en masa no puede ser un orgullo nacional.

Sufren de imperiopatía amnésica, un mal eurogringo, atizado por el pecado de la soberbia. Lo ha mostrado Felipe VI sobradamente.

Si Isabel I estuviera viva ya le hubiera dado dos nalgadas y lo hubiera mandado a pedir perdón de rodillas, por impresentable e inepto. A él y a toda la camarilla franquista que no tienen idea de respeto y diplomacia.

 

Luis Felipe Pellicer

ÚN.


 

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