por: Andreína Tarazón
Frente a la actual situación de agresión económica y política del gobierno de los Estados Unidos contra Venezuela y su intención de intervenir en sus asuntos internos, particularmente en los relativos al sistema político y de gobierno, es necesario desarrollar estrategias en el marco de la consolidación de la política exterior bolivariana definida y construida bajo los principios integracionistas, de paz y respeto a la soberanía de los países. De igual forma, se deben adelantar iniciativas de nuevo tipo que nos permitan reconfigurar el mapa de actores en el escenario internacional con el objetivo de hacer frente a las brutales sanciones emitidas por Washington, así como construir espacios de articulación y cooperación internacional en el marco de la transición hacia el nuevo orden mundial y su arquitectura financiera y comercial.
Se trata de una agenda a dos manos, en la cual nos corresponde atender las situaciones urgentes bajo las premisas del interés nacional, apelando al multilateralismo existente y su efectivo funcionamiento, así como al surgimiento de alternativas tendientes al perfeccionamiento y eficiencia de la gobernanza global en condiciones de respeto, cooperación y complementariedad, particularmente en la búsqueda de alianzas con economías emergentes, quienes no solo hoy le disputan el liderazgo económico y político a Occidente, sino que además hacen causa común con Venezuela frente al unilateralismo y la utilización de sanciones económicas como medios de presión política.
En este sentido, es sumamente interesante que en este siglo nos toque ver con nuestros propios ojos la recomposición de fuerzas en el comercio mundial a propósito del liderazgo político que representa la Casa Blanca en la defensa del proteccionismo comercial, frente al liderazgo de China como defensor de la dinamización internacional de un comercio sin fronteras pero con Estados fuertes, situación en la cual por supuesto Beijing tiene un puesto privilegiado por sus ya conocidas condiciones económicas. Y es que justamente la estrategia de Occidente de deslocalizar sus economías el siglo pasado, como medio de internacionalización de sus compañías a través del abaratamiento de los costos de producción y la maximización de ganancias, sirvió de caldo de cultivo para el despegue económico de muchos países hoy catalogados como emergentes, los cuales consideran que ahora es su momento de salir a la cancha de juego frente a la mirada preocupante y abismada del viejo orden, defensor a ultranza de la globalización económica.
Ante este escenario Venezuela no se puede quedar de brazos cruzados, mucho menos sin una postura frente a los procesos económicos globales y el multilateralismo comercial nacido al calor de las Naciones Unidas, así como las herramientas jurídico-administrativas que se han dado los Estados para defender sus derechos económicos frente al resto. En este orden, nos corresponde incorporar con mucha fuerza en nuestra visión transicional al socialismo, un sentido muy práctico de las relaciones económicas en el mundo, así como la defensa de los acuerdos internacionales en el marco de la Organización Mundial del Comercio, violentadas de manera abrupta por el gobierno de los Estados Unidos y la Unión Europea como una afrenta a la estabilidad mundial a través del establecimiento de sanciones económicas unilaterales. De modo que es momento propicio para hacer causa común con el bloque de países que ya en el tablero del comercio internacional, han iniciado su camino hacia el aprovechamiento económico y político de las plataformas que históricamente le sirvieron a Occidente.