Libertad, igualdad y fraternidad. Las premisas de la Revolución Francesa de 1789 quedaron muertas y enterradas con el ascenso al trono de Napoleón Bonaparte y la creación del imperio. Sin embargo, un buen trabajo de mercadeo histórico han hecho creer que esa potencia segundona, sigue defendiendo los valores que dieron nacimiento a la primera república gala y llevaron a la guillotina al rey Luis XVI.
Y aunque todavía París bien valga una misa, hoy en día ha devenido -junto con el Reino Unido- en una especie de filial de los poderes que tiene su casa matriz en Washington. No obstante, actor de reparto en la geopolítica internacional, los que gobiernan al pueblo francés, actualmente representados por Enmanuel Macrón, no han dejado, en ningún momento, de añorar su pasado colonialista.
Ese sentimiento y práctica una vez más ha salido a flote públicamente como consecuencia de los cambios políticos que actualmente se llevan a cabo en Níger, estado centroafricano ocupado militarmente por Francia durante más de 60 años. Claro que la nación europea tiene sed de oro y uranio, minerales estratégicos que ha explotado por años en el país africano sin dejar saldo positivo. La voracidad gala de recursos naturales ni se discute. Pero hay algo más en sus pretensiones que explica las amenazas de intervenir militarmente con el objetivo de colocar en el poder a un gobernante les sirva, sea el que estaba antes o unos nuevo, bendecido por la Casa Blanca.
La verdad verdadera es que a los europeos se les sale, sin que medien muchas sesiones de psicoanálisis, sus impulsos de cruzados supuestamente civilizatorios, ya no con la cruz y la espada, sino con la fuerza del euro o el dólar, de los misiles y los drones, de gobiernos títeres de terceros países y hasta de los contenidos falsos difundidos por medio de las redes sociales y la inteligencia artificial.
Ahora bien, Níger es solo un ejemplo. En las tragedias Argelia, Vietnam, Irak, Líbano y Libia, está presente la presencia francesa. En el caso de Venezuela, Macron se disfraza con piel de oveja y quiere aparecer como un mediador desinteresado, sin que se note su verdadero interés y mentalidad neocolonial.
No hay que olvidar que el embajador francés que estuvo en funciones hasta hace unas semanas atrás, se distinguió por participar en cuanto sarao inventaran los representantes de lo peor de lo peor de la oposición venezolana. Rotas las relacionas con Estados Unidos, ese personaje de encargó de hacerle la suplencia a la embajada gringa en su trabajo injerencista. Lastimosamente nunca fue expulsado del país y tuvimos que ver su risa hipócrita por mucho tiempo.
ALFREDO CARQUEZ SAAVEDRA