La muerte no solo nos revela la repetida lección de que la vida es efímera, sino también de qué lado está la barbarie.
En ocasión del fallecimiento del profesor Aristóbulo Istúriz, los odiadores de siempre desplegaron la misma comparsa de odios con que celebran la muerte ajena de un chavista.
En las redes sociales se desplegó un pulso de sensaciones encontradas entre el duelo por la pérdida, y la alegría odiosa de quienes festejan la hora más menguada como el servicio efectivo de Dios.
Fue un espectáculo asombroso ver cómo 5 siglos de cristianismo a sangre y fuego en nuestro país fueron echados por la borda por una tropa descarriada con el alma mal colocada, que asume la muerte inesperada o natural de un adversario como el despacho de la “justicia divina”.
Esta última expresión se convirtió en tendencia en las redes sociales para comentar con odio, sorna, mentiras y morbo, la muerte del profesor Istúriz.
Fue un espectáculo repetido de resentimientos, un despliegue contradictorio de gente presuntamente piadosa que reza por la salvación de Venezuela, implorando a Dios la muerte de la otra mitad de la población.
La ocasión inoportuna de la muerte no sólo fue la ocasión más inoportuna para revelar de qué tamaño odian algunos opositores por razones políticas, sino el momento más inoportuno para cruzar su jolgorio con sórdidos chistes racistas, que parecen transformar la disputa ideológica en un pulso de supremacistas blancos.
Volvieron los mismos chistes de mal gusto y la misma sensación de que los que odian no son “tan pocos”.
La normalización del odio
La situación ya no genera preocupación o tristeza, porque ya cruza la rabia. Una rabia que hay que morderse para no caer en la provocación de rebajarse al nivel de la barbarie.
Pero hay que entender, creo yo, que la muerte de un chavista no es sólo una ocasión para desahogar las frustraciones de los desalmados, sino también una operación sistemática para desfigurar la trayectoria de sus dirigentes.
El Profesor destaca por su trabajo en el gremio magisterial, su militancia por las causas populares y la vocación por la educación. A pesar de los desafíos recientes, trabajó por sostener la instrucción pública en un país que antes de 1998 estaba encaminado hacia una franca privatización. Y además fue uno de los artífices de la operación descomunal por erradicar el analfabetismo en Venezuela.
En 2002, durante el golpe de Estado, los medios privados difundieron a la población la solicitud de captura de Aristóbulo, una sugestión no muy delicada que consideraba demás decir si lo hacían vivo, o muerto.
Una vez fallecido por razones naturales y no por el intermedio de una venganza fascista, los fascistas festejan la muerte del Profesor como si se tratara de un premio a la paciencia de esperar que por fin intervino la “justicia divina”.
Las lecciones del odio
Cada vez que pasa esto, se me despejan las dudas que muerden a veces cuando la realidad aprieta: primero, esta gente no son pocas; y segundo, con un rato de poder no querrán esperar a que Dios actúe para llevarnos cuando él disponga.
También nos revela la ocasión de la muerte, que los odiadores que culpan de su odio a la supuesta operación de resentimientos sembrados por Chávez, no terminan de comprender que ese odio no lo aprendieron de Chávez sino que lo traen de antes como una herencia perpetua.
Odian al pueblo y a sus dirigentes porque revolvieron el sistema tradicional de una injusta dominación, y lo hacen con el mismo despecho con que la oligarquía descargó su odio en contra de los campesinos que desbarataron la hegemonía conservadora después de La Guerra Federal.
Lo que contemplamos con la muerte del profesor Aristóbulo Istúriz es un episodio más de una preocupante normalización del odio, una cuña que impide el normal y deseable diálogo político.
La barbarie se les devuelve
Los odiadores animados a odiar siempre como una forma de expresión política, se vuelven ahora cada vez más en contra de aquellos políticos que les enseñaron a odiar.
A lo mejor por respeto, o por un atisbo de ese sentido común que sirve para guardarse algunas emociones escondidas, Capriles envió un mensaje de solidaridad a los familiares del profesor a pesar de las contradicciones ideológicas sostenidas en vida.
El gesto le costó al político el repudio de los odiadores a los que una vez invitó a “descargar la arrechera”, los mismos que antes flotaron de gozo cuando les dijo a los chavista que Chávez había muerto y que nadie se los iba a devolver.
Sea cierto o no que Capriles se arrepintió de las cosas que dijo, o simula costumbres políticamente correctas, lo cierto es que el Profesor Aristóbulo Istúriz hasta en su muerte nos dio una clase para enseñarnos el tamaño del odio en la pradera y ver de qué lado está la barbarie.
CARLOS ARELLÁN SOLÓRZANO
@soycarlosarellan