En esa rutina de ver de vez en cuando contenidos en YouTube, me volvió a picar una inquietud: la “efectividad” de la comunicación política del proceso bolivariano.
Si bien la configuración de los algoritmos de las plataformas está planteada para colocarnos en primer plano los materiales que a la geopolítica occidental le interesa, me preocupa que en esa batalla desigual de la información la calidad de las producciones nuestras siga siendo pobre.
El peso de esta conclusión devastadora me volvió a caer, cuando en ese vistazo ocasional por YouTube me vi completo la producción de 55 minutos de un episodio del programa argentino MALDITOS dedicado al presidente Chávez.
Debo concluir que fue la producción maravillosa de una visión interesadamente distorsionada del Comandante, un despliegue de buen gusto para cometer un objetivo atroz: la desfiguración del más importante líder político de nuestro tiempo.
La conducción la llevó el periodista Jorge Lanata, un consagrado relator al servicio de las banderas antipopulares, dotado de una elocuencia maravillosa para las causas más perversas.
Con esa virtud de la comunicación comercial que se disfraza de independiente y lejos de los bordes de alguna intención adoctrinante, ese programa es una muestra de la cuidada estética de la propaganda conservadora que se cuela entre los espectadores desprevenidos como “periodismo duro y puro”.
La puesta en escena, el vestuario, la música, los videos, los escenarios de las entrevistas, son un lenguaje ordenado y directo que transmiten que todo está puesto deliberadamente para que no nos demos cuenta de que no están seduciendo para rendirnos.
Claro, para todo esto hay dinero. No se hace gratis. Pero también hay mucho talento. Mucho conocimiento intelectual y técnico de los formatos y las tendencias, de las teorías de la comunicación, de la psicología de los usuarios, la creación de necesidades y la exacerbación de emociones primitivas.
Ante este repertorio de artillería al servicio de la dominación, la comunicación política de la Revolución Bolivariana sigue siendo cutre, plana, opaca, empalagosa, sobreactuada, con una narrativa burocratizada que esconde el mensaje, rozando el extremo patético del panfleto que hemos entendido malamente como propaganda.
Si bien soy periodista con alguna experiencia en el área de la información, me inquieta como ciudadano que esta reflexión siga sin conmover a nuestros generales de la comunicación, un área sensible en la que el paramilitarismo comunicacional de Colombia nos sigue disparando y sembrando dudas como minas antipersonales en nuestro territorio.
Soy de los que cree en la idea nada innovadora de que hay que ver qué están haciendo de bueno los demás: incluso con más interés a los adversarios.
Hay que tomar los videos disponibles de sus noticieros, programas, especiales, novelas, series, publicidad y propaganda. Hacerles autopsia, desarmarlos como un radio viejo, entender su lógica, interpretar su funcionamiento y replicarlos con los recursos disponibles a nuestro alcance, y dotar a la comunicación de nuestros códigos, de nuestra narrativa y verdad nacional, sin desestimar la clave potente de que, así como es importante lo que se dice, lo es también cómo se ve lo que decimos.
La comunicación liberadora y al servicio de los pueblos no debe ser improvisada ni desarreglada. Los que trabajamos con ella debemos ser conscientes de que estamos en un ámbito potente en el que podemos contribuir al desarrollo y soberanía nacional o a la colonización invisible.
Los que trabajamos en este mundo fascinante debemos entender al mismo tiempo sin ningún tipo de complejos que, para mayor efectividad y alcance de nuestra verdad, la comunicación política e informativa de la revolución bolivariana tiene que ser ordenada, coherente, ligera y bonita; todas éstas, cualidades inequívocas que distinguen la rara belleza de las armas más potentes del planeta.
CARLOS ARELLÁN