Cada 5 de marzo es un día de tristeza y de asombro. Ya son 8 años de la partida física del Comandante Chávez y todavía parece increíble escribir que se murió.
Después de la noticia, vino el silencio. Eran las 4:25 de la tarde cuando el entonces vicepresidente Nicolás Maduro tuvo que decir seguramente el discurso más difícil de su vida.
La voz se le quebró. Bajó la mirada y siguió hablando escoltado de un séquito desconcertado que no hallaba dónde poner las miradas, porque los ojos pesaban.
Comenzaba así un período de incertidumbre, una sensación aplastante de orfandad, una emboscada de miedo ante un futuro desafiante para el que ya no estaría.
Había el susto de pensar que toda la revolución se terminaría de repente, pero a partir de entonces tomó cuerpo y sentido el eco de sus palabras: “Ya yo no soy, yo soy un pueblo, carajo”.
Quienes se regodearon con la noticia increíble de su muerte, inmediatamente entendieron que Chávez los volvía a derrotar. Estuvieron a punto de regresar al poder sobre el dolor de parte de un pueblo que se entregó al pesimismo, pero al final, como todas las veces en la historia “los casi” no levantan estatuas.
Una larga despedida
Su hora menguada fue una epopeya de pueblo en la calle. Cientos de miles de personas le llevaron desde el Hospital Militar hasta el salón de la Academia Militar Bolivariana. El recorrido fue un evento de dolor en masa jamás visto en la historia de un país, acostumbrado a detestar a sus presidentes una vez que terminaban de gobernar.
La ocasión reveló también que hay presidentes que son más que colegas circunstanciales para transformarse en amigos. Ese fue el caso de Evo Morales, quien junto a Nicolás Maduro hizo a pie todo el trayecto. Fueron los 7 kilómetros más largos que caminó Venezuela.
Si bien a Chávez le bastaron unos minutos para entrar de lleno en el plano de la historia, en el momento de su muerte se tomó 2 semanas para despedirse.
Durante más de 14 días los venezolanos hicieron fila para despedirle con un vistazo increíble de pocos segundos. A algunos los venció la pena en ese instante y sólo le saludaron, viendo hacia otro lado como prefiriendo quedarse mejor con un recuerdo vivo del Comandante.
Los días de su morada en la Academia nos hicieron sentir que sólo dormía, algo que atenuaba a veces el dolor de la muerte.
Una reunión inédita
La dimensión de su legado político no sólo se reveló en el tamaño de la despedida popular sino en la cantidad de presidentes que vinieron a despedirle.
Sus funerales parecieron una cumbre de Jefes de Estado y de otras personalidades que bien pudieran decorar un salón de la fama del deporte, las artes y las grandes ligas de la geopolítica.
Quedó para la historia la imagen conmovida de Mahmoud Ahmadinejad besando el cajón y llorando al amigo entre una salva de aplausos, una escena inédita para un hombre acostumbrado a lidiar con las tensiones de haber gobernado a Irán y retado al imperialismo.
Hasta en su muerte, Chávez retó los intereses políticos de los EE.UU. porque para despedirle vinieron sus adversarios en el tablero de las relaciones internacionales.
En esos días aciagos de marzo, terminaba con incertidumbre un periodo histórico intenso y se abría paso a otro. Comenzaba la exigencia de madurar rápido, aprender eficazmente y a vencer permanentemente aunque ello pareciera increíble.
Calcular mal
Sin Chávez físicamente en la escena, los ataques externos se ensañaron y se revelaron las traiciones que estaban más cerca de lo que se pensaban. Unos y otros leyeron equivocadamente que el pueblo estaba vencido y que la Venezuela sin Chávez era un hato de peones buscando un nuevo jefe.
Sin él parecía lejano resistir y llegar libres y soberanos hasta el 2021, ese año que quedó sellado en el imaginario como la meta gloriosa de volver a ganar como hace 200 años en Carabobo.
La dimensión épica de Chávez, que si bien se fue hace 8 años, le permitió llegar hasta este tiempo. Y si bien ya el Comandante no afinca sus pasos en la tierra, su legado permanece en la obra tangible y perpetua de un país empeñado en ser libre a pesar del desafío de derrotarle por los medios más inmorales.