La producción y distribución de las vacunas contra la covid-19 está revelando actualmente un problema más dramático que cuando al comienzo de la pandemia el mundo se disputaba «una a una» las mascarillas que se producían.
Aquel proceso desveló el carácter real del excepcionalismo estadounidense que presume una superioridad de carácter que los obliga a ser siempre los primeros… ya sea por las buenas o por las malas.
La disputa por comprar y acaparar las mascarillas quirúrgicas desplegó una batalla de piratas en donde “los amigos” se robaban unos a otros, y en donde el buen prestigio comercial de las empresas mutó en la conducta económica flexible de vender no a quien comprara primero sino a quien luego pagaba más por algo que ya estaba cancelado y comprometido. Es decir, el negocio de los insumos médicos contra la pandemia se transformó en una subasta en donde quien que más tiene, se salva primero.
Esta situación bochornosa que transformó las relaciones entre aliados y el comercio en un escenario de vaqueros que esgrimen su poder con la pistola, ahora se ha trasladado al mundo de las vacunas.
Una situación injusta
La OMS viene advirtiendo que los países más ricos acaparan la mayoría de las vacunas contra la covid-19. Aunque parezca un tremendismo, según el organismo, las 10 naciones más ricas acaparan el 95% de los antídotos.
La cantidad bastaría para inmunizar varias veces a su misma población. Esta situación la denunció México ante el Consejo de Seguridad, y sin amagues diplomáticos lo describió como una situación injusta.
Antes si Trump nos parecía un villano y un mal amigo que le robaba las mascarillas a sus aliados a boca de puerto o de avión, el magnate republicano se queda como un sencillo carterista ante la conducta del nuevo presidente Biden, uno que si bien tiene poco tiempo en La Casa Blanca, tiene muchos años de edad como para cambiar en semanas una recia tradición estadounidense de excepcionalismo.
Sin compartir
En una reciente rueda de prensa ofrecida por la vocera de la presidencia de EE.UU., reconoció sin ningún tipo de complejos que su país ha comprado el 70% de las vacunas en el mundo y que no tiene la peregrina intención de compartirlas con más nadie.
Esta hazaña del dinero revela que la primera potencia sigue siendo muy solvente en tiempos de pandemia, y más egoísta que durante la anterior normalidad. Que esta conducta deliberadamente “darwiniana” potenciada a mandamiento divino por sus convicciones calvinistas es una decisión criminal que está condenando a la mayoría a los rigores de una enfermedad que ya ha matado a más de 2 millones de personas en el mundo.
Una política distinta
Esta conducta contrasta con la de China, un país que ha establecido puentes aéreos y humanitarios para distribuir insumos médicos. Al mismo tiempo que la nación asiática ha producido sus vacunas contra la covid-19 y que bien pudiera usar primer para inmunizar a su población 6 veces más grande que la de los EE.UU., más bien ha compartido sus dosis con hasta 53 países del mundo.
Valga mencionar también la diplomacia de la Sputnk V de Rusia. Moscú a ha remarcado su postura de considerar el antídoto como un bien global de acceso público y ha vendido la vacuna a otras naciones.
Viendo este panorama de dramáticos contrastes, uno termina concluyendo con lástima y sorpresa que todavía sobran las mentes domesticadas que repiten que Rusia y China son las amenazas para el mundo.