Es difícil, en el campo de las ciencias económicas y sociales, encontrar una definición exacta de la categoría conceptual conocida como “globalización”. De hecho, hoy día persisten acalorados debates entre diversos teóricos –del pensamiento ortodoxo y heterodoxo– de reconocida trayectoria académica.
Desde el campo de la economía, usualmente el pensamiento ortodoxo se refiere al fenómeno en cuestión como un proceso social, económico, cultural y político que promueve la creación de un único mercado global. Las nuevas tecnologías han sido un factor importante, que posibilita la integración de los mercados hasta fusionarlos en un mega mercado global.
No obstante, uno de los mayores obstáculos de la globalización se observa en el ámbito político, donde se plantea la creación de un poder supranacional. Esto demanda necesariamente un replanteamiento de los conceptos de soberanía, gobierno nacional y territorio, entre otros. En virtud de lo cual, a diferencia del ámbito económico, en lo político el referido proceso avanza con cautela y sobre todo, mucha reserva puesto que ningún país por voluntad propia está dispuesto a ceder su poder sobre el territorio que representa.
Y para complicar aún más las cosas, la pandemia mundial denominada por la Organización Mundial de la Salud como Covid-19, ha puesto de manifestó uno de los valores bandera de las relaciones sociales de producción capitalista: el individualismo y el egoísmo. Resquebrajándose así los postulados del libre mercado como el medio más eficiente y equilibrado para distribuir la riqueza generada.
En plena efervescencia de las contradicciones sociales, el miedo se apodera de las decisiones de los diversos gobiernos en el mundo, reviviendo así, una especie de conducta intervencionista y proteccionista que por lo general está supeditada y comprometida con los grandes poderes facticos.
Para el caso específico de las economías subdesarrolladas, cuyas fuerzas productivas son de carácter monopólico y en algunos casos oligopólico, de carácter extractivista, la teoría económica ortodoxano brinda las herramientas teórico-conceptuales para una compresión adecuada de la realidad. En situaciones de crisis, el drama social obliga –en aquellos Gobiernos progresistas donde sus intereses de clases están alineados con el pueblo– a que el Estado intervenga en función de equilibrar los desequilibrios económicos que bajo ningún concepto se autorregulan con la mano invisible del mercado.
Desde el pensamiento progresista, de izquierda, comprometido con los intereses de los pueblos, debemos promover iniciativas de integración y cooperación intrarregional sustentadas en las ventajas absolutas y competitivas de la región. Ello bajo nuevos preceptos éticos y morales que verdaderamente respondan y sobre todo sirvan para generar bienestar social a toda la población, con especial atención en los sectores sociales más vulnerables. Todo con la mirada puesta en construir un mecanismo de articulación con el resto del mundo, bajo una relación ganar-ganar, de complementariedad dejando atrás las viejas formas de subordinación y dominación imperantes hasta el momento. Entre globalización y desglobalización, la pandemia impone lo segundo.
ELIO CÓRDOVA