Los enemigos de la revolución bolivariana, encubiertos bajo un ropaje pretendidamente democrático, rápidamente dieron muestras de su verdadero talante: el terrorismo. Apenas tenía 3 años en el poder, cuando el Comandante Chávez ya había enfrentado un golpe de Estado en abril de 2002, con intenciones de asesinarlo.
Sólo la reacción relampagueante de un pueblo y su Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) lograría restablecerlo en el poder en menos de 24 horas. Aunque estuvo al borde de la muerte, Chávez reasumió la primera magistratura aferrado a un crucifijo e invocando la conciliación y el sano entendimiento entre venezolanos.
«A partir de este momento, vamos a reflexionar. Vamos a poner a Dios por delante. Invoquemos a Cristo, a Dios, a Nuestro Señor, y llenémonos de paz. Hago un llamado a que volvamos a la reunión del país. Estos acontecimientos que trajeron sangre y dolor son, sin embargo, y deben serlo, una gigantesca lección para todos nosotros […] Pongamos las cosas en su justo lugar para el bien de Venezuela. (…) Este país también es de ustedes», le señalaba Chávez a los golpistas.
Paz efímera
Sin embargo, la tregua duró poco. En realidad, de manera subterránea se fue preparando en detalle una arremetida más cruel. La cúpula de la llamada meritocracia de PDVSA se confabuló con las corruptas cúpulas empresarial (Fedecámaras) y sindical (Confederación Venezolana de Trabajadores), para conspirar. De hecho, tras 8 meses de preparativos, los mismos golpistas volvieron por sus fueros.
El 2 de diciembre, es decir un día como hoy, pero hace 18 años, Fedecámaras, la CTV y la autodenominada Gente del Petróleo, decretaron el «paro cívico nacional indefinido». Que en realidad no era más un plan de terrorismo, mediante el paro-sabotaje petrolero, para forzar la salida del poder del primer mandatario nacional.
Era la primera vez que por razones políticas se tomaba control de la industria petrolera para paralizarla totalmente. Sabotearon y destruyeron información confidencial de la Casa Matriz. Con la empresa Intesa pusieron el cerebro informático de la estatal, al servicio del golpismo. Suspendieron todas las operaciones de producción, distribución y comercialización de crudo, gas, diesel y gasolina. El terrorismo cerró también todas las empresas y comercios, llegaron al extremo de botar toneladas y toneladas de alimento para forzar la salida de Chávez.
Suspendieron la temporada de beisbol profesional. Y todas las tardes, prácticamente, en cadena nacional, el entonces presidente de Fedecámaras, Carlos Fernández, el presidente de la CTV, hoy prófugo Carlos Ortega y el presidente de la gente del Petróleo, Juan Fernández, daban un parte de guerra donde ofrecían los pormenores de todas las actividades que lograron paralizar.
Amigos en el mundo
Esta operación trajo consecuencias de gran impacto negativo para la economía nacional. Se descalabró el Producto Interno Bruto, el empleo y la reservas internacionales, con pérdidas netas que se estimaron entre 15 y 20 mil millones de dólares. Pero Chávez resistió la embestida, gracias al estoicismo de un pueblo. En ese momento, también jugaron un papel crucial las alianzas estratégicas edificadas con base en la nueva diplomacia bolivariana.
El paro fue derrotado en febrero de 2003. La jugada suicida fue un estrepitoso fracaso. Los cabecillas de esta acción terminaron todos como prófugos en el exterior. Los sucesores de esta componenda son los Guaidó y los líderes del G4-RP. Al final son los mismos sectores, los mismos intereses y las mismas prácticas antivenezolanas. No obstante, el pueblo afina los motores de un nuevo y resonante triunfo con las elecciones parlamentarias del 6-D.
El pasado 2-D (2002), el terrorismo venezolano mostró sus dientes de leche. Hoy con la payasada de Juan Guaidó, se deja ver las cordales.