Rey en fuga, crisis de una institución tan anacrónica como inútil

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Si una institución puede considerarse anacrónica e inútil, a la luz de los adelantos alcanzados por la ciencia social y política de los tiempos que corren, esas son las monarquías. Sin embargo, son una entelequia que se resiste tercamente a desaparecer.

Las casas reales aún existen como fenómeno mediático por dos razones fundamentales:

  1. Mantienen vivo en el imaginario colectivo las glorias pasadas de un poder omnímodo y
  2. Constituyen un símbolo muy eficaz para naturalizar la idea en el subconsciente de las masas de que algunos pocos son elegidos y los demás deben obedecer.

Los comunicólogos españoles, Pascual Serrano y Vicente Romano han trabajado en profundidad el tema en diversos textos. El segundo lo resume cáusticamente de esta manera:

“El rey está investido incluso de divinidad y se mantiene esa veneración en los medios. En Europa sucede también con los papas, condes o marqueses. No se atreven a criticarlos porque representan la jerarquía de valores que los medios defienden, reprobarlos sería atentar contra el mismo sistema del que se benefician las empresas de comunicación.

Por otro lado, el asunto de las monarquías muestra de forma muy clara el carácter sumiso y devoto de los medios, que, al mismo tiempo, operan para conseguir esas dos características entre la población y así consolidar la aceptación de las jerarquías; el mensaje que desean transmitir es obvio: a unos les toca estar arriba y a otros abajo”.

Esencia misma del poder

Y, ciertamente, fue la monarquía o el absolutismo el núcleo central de poder en las sociedades feudales. Nadie votaba por los reyes y todos estaban obligados a obedecerles sin chistar. La burguesía capitalista que desbancó al sistema feudal, una vez instalada en la cúspide, ha mantenido este anacronismo por la utilidad de su poder simbólico.

Como explica el historiador venezolano, Vladimir Acosta, el supremacismo imperialista (sea sajón, germánico o angloestadounidense) se basa en un grupo selecto que se considera un pueblo ungido por Dios para regir el mundo. Y aunque en un momento dado fueron clases antagónicas, la base del poder monárquico radicaba en un principio bastante similar. Los reyes eran expresión del poder divino en la tierra.

De ahí el respeto reverencial, como apunta Romano, que se le ha rendido en la mediática internacional a la realeza, bien de España o de Inglaterra y de otros países europeos donde aún existe. Aunque no se diga abiertamente, esta institución no puede resultar odiosa a quienes detentan el poderío mundial. La idea de mantener un sistema monárquico es el recordatorio permanente que naturaliza la dominación imperialista.

Además, un ejemplo común de lo que se conoce como imperialismo cultural son los cuentos de hadas y la figura de los príncipes azules, las princesas y los reyes. Estos personajes popularizados a escala mundial por compañías como Disney. A primera vista inocuos, estos comics tan extendidos, contienen oculta una carga semántica y semiológica negativa, que ha contribuido por décadas a mantener viva en Occidente la necesidad simbólica de una realeza que dirija a la humanidad. Este tema es analizado en extenso por Amand Mattelart y Ariel Dorfman en su obra ya clásica Para leer al pato Donald. Comunicación de masas y colonialismo.

Signos de decadencia

Pero como dice la célebre canción, “nada dura para siempre”. Los tiempos han cambiado mucho y muy rápido. La impresionante revolución de las tecnologías de la comunicación, abre el caudal de la información para quien quiera y sepa buscar. Desaparecen las barreras geográficas. En esta época la sola idea de la realeza como institución resulta ridícula y totalmente extemporánea.

Esa crisis conceptual vuelve al tapete con más fuerza que nunca, tras el lamentable episodio de la fuga del rey Emérito Juan Carlos I, para evadir a la justicia española. Tras su abdicación, el monarca perdió el privilegio de la inmunidad jurídica. Entonces han comenzado a salir un reguero de acusaciones de corrupción imposibles de acallar por la mediática internacional en el mundo ultra conectado de hoy día.

A los medios no les ha quedado más remedio que presentar el tema. A pesar de que en los pasados 40 años contribuyeron celosamente a crear una imagen del Rey Borbón como campechano, cercano a su pueblo y baluarte de la institución de la democracia en la era democrática.

Su majestad, Juan Carlos I, quien fuera pupilo aventajado del feroz dictador, Francisco Franco, tuvo la astucia suficiente para adaptarse a la era post franquista. Entonces brindó su apoyo a la transición democrática a cambio de conservar intactas sus prebendas.

Reputación perdida

Y vaya que supo sacar buen provecho de su institución y alta investidura. Su majestad llegó a convertirse en uno de los hombres más ricos de Europa. Como reseña el diario alemán El Mitteldeutsche Zeitung: “En los últimos 20 años, Juan Carlos ha llamado la atención principalmente a través de escándalos: infidelidades, rumores sobre hijos ilegítimos, lujosos viajes de caza y peligrosas amistades con dictadores árabes. El último capítulo de este declive real es el escándalo de las cuentas negras en el extranjero que, según se dice, se llenaron de sobornos”.

La gota que derramó el vaso fueron las confesiones de su supuesta amante, Corinna Larsen. Esta señora le señala de haber cobrado jugosas comisiones en el proceso de construcción de un tren de alta velocidad entre ciudades de Arabia Saudita como La Meca y Medina.

Al parecer tales “negociaciones” habrían arrojado “ganancias” de hasta 80 millones de euros. De ese dinero una buena suma habría ido a parar a cuentas millonarias de su majestad en Suiza.

Acorralado, con la Fiscalía del Tribunal Supremo español siguiéndole los pasos de cerca, el rey optó por la salida menos decorosa. Ha huido a República Dominicana convirtiéndose en un prófugo. Aceptando con esta conducta que las imputaciones por delito fiscal y blanqueo de capitales tienen asidero.

El catedrático e investigador español, Vicente Romano, reflexiona así sobre el súbito enriquecimiento de un personaje que antes de ser monarca no tenía grandes medios económicos. “Lo insólito es que un señor que antes estaba en la indigencia ahora esté entre los más ricos de Europa ¿De dónde ha sacado el dinero? Nadie se atreve a hacer siquiera la pregunta”.

Burguesía impactada

El impacto simbólico de esta noticia para la burguesía europea ha sido un golpe noble. Como reseña otro diario alemán Rheinpfalz, de Ludwigshafen, para estos grupos herederos de las glorias pasadas de la Europa feudal:

“Lo que queda es el asombro por un hombre que en nuestra imaginación burguesa lo tenía todo y sin embargo quería más. Un hombre que aceptó el riesgo de dañar o incluso arruinar no sólo su reputación personal sino también la de su familia y la de la monarquía española. No hay necesidad de sentir lástima por Juan Carlos en vista de las acusaciones que se están haciendo.”

El desasosiego ha sido de tal magnitud que incluso experimentados periodistas al servicio de la monarquía española, por décadas, se han inventado las hipótesis más increíbles para intentar explicar este descalabro. Es el caso del Luís María Anson quien ha llegado al extremo de acusar al Comandante Hugo Chávez de haber invertido grandes sumas de dinero para desprestigiar al rey prófugo y su institución en crisis.

Izquierda incómoda

Históricamente la realeza ha visto con prurito a la izquierda mundial. Los conceptos de igualdad social chocan de frente con los valores monárquicos. Por ello, irónicamente, como refiere Alberto Letona, hace casi 100 años, el abuelo del rey Juan Carlos I, se vio en una situación similar, aunque por motivos distintos y circunstancias diferentes.

Explica Letona que el rey Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos, tuvo que abandonar España súbitamente, ante la victoria electoral de los partidos de izquierda. Unos años luego esa misma izquierda sería derrocada del poder por la vía de un golpe de Estado y una sangrienta dictadura que duraría décadas.

En la actualidad, el rey en fuga deja al descubierto el anacronismo de una institución inútil para las causas de la igualdad mundial y el desarrollo de la humanidad. También deja claro que estas élites carecen de autoridad moral para dar lecciones de democracia a nadie en el mundo. Y muchísimo menos al heroico pueblo venezolano.

 


 

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